Málaga, de ayer a hoy

Cuando la Aduana tenía vistas al mar

  • La obra del puerto y del Parque de la ciudad cambiaron la fisonomía de una zona que estuvo presidida durante siglos por el imponente edificio

Antes de las grandes reformas urbanísticas que posibilitaron el ensanche de la calle Alcazabilla y su apertura al tráfico rodado en la década de 1920, y la recuperación monumental de la Alcazaba con el derribo de las construcciones parásitas que se la habían adosado durante el siglo XIX, todo el espacio que hoy en día ocupa el Parque y el puerto de Málaga lindaba con el mar.

En la imagen, tomada desde la calle Cortina del Muelle a principios del siglo XX, se aprecia la vestimenta de las mujeres de la época y una esquina del palacio de la Aduana que da a la travesía del Pintor Nogales, en la que recientemente se han localizado restos muy completos de unas termas romanas. No es de extrañar porque el espacio de esta plaza coincidía con el epicentro de la Malaca romana. Ya durante la construcción de la Aduana, a finales del siglo XVIII, aparecieron numerosos restos, entre los que destacaron estatuas, lápidas, pedestales, restos de un acueducto y de un horno de fundición. Y en el año 1951, al hacer la cimentación de la Casa de la Cultura sobre unos solares de la calle Alcazabilla, a las espaldas de los edificios que se ven al fondo, salieron a la luz los primeros indicios del Teatro Romano. Las excavaciones realizadas en las últimas décadas han permitido, según explicó el historiador Víctor Heredia, "profundizar en el conocimiento del urbanismo de la Málaga antigua que durante siglos quedó sepultado debajo de las nuevas construcciones".

En el centro de la antigua plaza del Alcázar, antesala de la entrada de la Alcazaba, desde muy antiguo existía una fuente pública. A finales del siglo XIX se instaló en ese lugar una fuente de fundición coronada por una crátera o jarrón, similar a otras que se colocaron en diferentes puntos de la ciudad, y que fueron bautizadas popularmente como fuentes de la olla. Alrededor de la misma siempre había gente del barrio para tomar agua para sus casas, ya que en esa época el suministro domiciliario estaba limitado a unos pocos privilegiados, además de los aguadores que cargaban el líquido elemento en borricos para luego venderlo por las empinadas calles de la Alcazaba. Esta plaza fue escenario de un hecho luctuoso en abril de 1922, cuando Heredia aseguró que se produjo el incendio de la parte superior de la Aduana, en cuyas buhardillas vivían muchos empleados públicos con sus familias "que se vieron atrapados por el fuego y muchos acabaron arrojándose al vacío ante la impotencia de la gente que se arremolinaba junto al edificio". En el suceso fallecieron 28 personas.

Precisamente el hecho de albergar varias sedes oficiales hizo que la plaza de la Aduana fuera destino de numerosas concentraciones cívicas y manifestaciones de carácter político, así como de no pocos sucesos revolucionarios. En julio de 1936 las tropas sublevadas intentaron hacerse con el control de la Aduana ante la resistencia de las fuerzas leales al gobernador civil, sin éxito, lo que ayudó al fracaso del alzamiento en la ciudad.

l la actuación que cambió la imagen de un barrio.

Desde que la Alcazaba había sido ocupada por viviendas, se había convertido en un barrio peculiar de la ciudad que no disponía de apenas ningún servicio público y que era considerado como un lugar peligroso y poco recomendable. En 1933 comenzaron las obras de recuperación de la fortaleza medieval de la Alcazaba, impulsadas por el arquitecto Leopoldo Torres Balbás y por el erudito malagueño Juan Temboury, obras que se prolongaron durante las décadas siguientes y que dieron por el resultado la imagen actual del monumento. También intervino en los proyectos iniciales para recuperar la Alcazaba otro insigne arquitecto, el gallego Antonio Palacios, que llegó a concebir unos grandes edificios de estilo neoárabe para la calle Alcazabilla. De sus proyectos sólo llegó a ejecutarse el edificio que hace esquina entre las calles Císter y Alcazabilla, justo enfrente de la Aduana. Antonio Palacios fue arquitecto del Metro de Madrid y autor de algunos de los inmuebles más conocidos de la capital, como el Palacio de las Comunicaciones o el Círculo de Bellas Artes.

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