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Cultura

Alberto Iglesias: un archipiélago de músicas

  • Quartet Records celebra los 25 años en el cine del compositor con la edición de una caja de 5 CD con una selección de 100 temas de sus bandas sonoras.

La música del cine español suena cada vez mejor (o tal vez más a lo grande), profesionalizada e integrada en las últimas tendencias del cine mundial, del neosinfonismo orquestal adaptado a los géneros populares, al pop-rock o la electrónica casera asociados a cierta producción independiente. Fruto de esta estandarización y asimilación, algunos de nuestros compositores (Baños, Velázquez, Vidal, Reyes) empiezan a trabajar ya con regularidad en el cine internacional e incluso en Hollywood.

Con todo, en este panorama renovado una voz musical emerge y se distingue con verdadera personalidad sobre las demás; una voz exigente, contemporánea, integradora y experimental, capaz de llevar la música de cine a nuevos territorios sonoros y expresivos, siempre más allá (o más acá) de los clichés lingüísticos, dramáticos y narrativos que se le demandan (y a los que tantos compositores se pliegan sin resistencia) dentro de los parámetros de la producción industrial.

Esa voz es la de Alberto Iglesias (San Sebastián, 1955), quien cumple estos días 25 años en la profesión tras haber ganado diez premios Goya, tres de la Academia Europea del Cine, haber sido tres veces candidato al Oscar y obtener el Premio Nacional de Cinematografía en 2007.

Cinco lustros que ahora celebra Quartet Records, el sello discográfico donde han aparecido la mayoría de sus trabajos, con la edición de Archipiélago, una preciosa caja de 5 CD y cinco horas y media de música que reúne, a la manera de una play-list confeccionada con mimo y exquisito criterio asociativo por el editor José María Benítez, una espléndida selección desordenada de temas de su música para el cine, de Vacas a Julieta, su penúltimo trabajo. El último, Spain in a day, para el documental de Isabel Coixet, también acaba de ver la luz en el mismo sello: un luminoso recorrido por aires, gestos y ritmos populares de la mano de una dinámica y juguetona orquesta de cámara.

Compositor de formación clásica y criado en un ambiente familiar artístico, Iglesias llega al cine en los años ochenta (La conquista de Albania, La muerte de Mikel), aunque no será hasta Vacas (1992) cuando, sin dejar a un lado su labor para la danza (junto a Nacho Duato) y la música autónoma, despegue y se estabilice definitivamente en el medio, primero de la mano de Julio Medem (a quien ha acompañado, con algunos parones, hasta Ma ma), luego junto a Almodóvar, con quien ha colaborado ininterrumpidamente en 10 títulos desde La flor de mi secreto, intercalando trabajos con otros directores españoles (Saura, Costa, Calparsoro, Luna, Bollaín) e iniciando a partir de 2001 una carrera internacional que le ha llevado a componer para John Malkovich (Pasos de baile), Oliver Stone (Comandante), Steven Soderbergh (Che), Fernando Meirelles (El jardinero fiel), Marc Forster (Cometas en el cielo), Thomas Alfredson (El topo), Hossein Amini (Las dos caras de enero) o Ridley Scott (Exodus).

Como recordaba María de Arcos en las notas para su concierto en Sevilla de 2003, la música de Iglesias se distinguía y bifurcaba en dos facetas asociadas respectivamente al universo fílmico de Medem y Almodóvar, "la primera, centrípeta e intimista; la segunda arrebatada, compleja y centrífuga". Musicalmente, eso se traduce en formas más recurrentes, simples y cerradas en un caso, frente a los modos más populares y dinámicos, de acceso más inmediato, entreverados de referencias al jazz, el impresionismo (¡esos valses!), la música española y latina, el flamenco y la copla, en el cine de Almodóvar.

Por entonces aún no había despegado una nueva e importante faceta en su música cinematográfica, aquella que, en sus títulos para el cine internacional, ha abierto la puerta a ciertas sonoridades de la world music, en la integración de los colores, timbres y modos de la música étnica (de Oriente Medio, africana, latinoamericana…) a su reconocible, moderna y cada vez más sofisticada escritura orquestal.

Amante de las metáforas a la hora de hablar de música, Iglesias apunta en las notas de esta caja la idea de la "radiación de la música", nueva variación sinestésica de ese propósito y esa cualidad de la composición para el cine a la hora de transmigrar su materia sonora en un elemento significante o narrativo, llegar a ser incluso "una señal escondida, casi indetectable pero palpitante del destino de los personajes".

Desprendidas aquí de esos significantes, aunque rememoradas en la escucha como parte de un discurso cinematográfico popular, las piezas de estos cinco discos trazan su propio rumbo engarzadas en un nuevo flujo sonoro, en una renovada vida orgánica que permite descubrir la esencia de Iglesias más allá de los pliegues, los deberes y las sincronías, de las identificaciones, los nombres, lugares y afectos originales.

Estos cinco discos pueden funcionar así como cinco posibles islas del archipiélago Iglesias: músicas que se expanden y contraen, que se fugan y persiguen, que se abren y cierran, que se citan, se hacen eco y se despiden para encontrarse de nuevo en un lugar inesperado. Las mejores músicas de nuestro cine y quién sabe si también de toda nuestra música contemporánea.

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