XX aniversario del Teatro de la Maestranza y la ROSS

Variaciones con tutú y bata de cola

  • Sus tablas se han llenado de esa energía especial que deja el movimiento: el vuelo, el salto, la pirueta y el zapateado de grandísimos artistas nacionales y foráneos

Junto a la reanudación de una tradición lírica ya existente en Sevilla en otras épocas, el Teatro de la Maestranza significó también una puerta abierta a esos espectáculos de danza de gran formato que recorrían los grandes teatros europeos, y a los que los aficionados sevillanos tenían pocas oportunidades de acceder. Sin embargo, mientras que la programación de ópera y zarzuela supuso desde el comienzo un plan perfectamente elaborado, la danza, entendida como una miscelánea de géneros, ha supuesto en muchas ocasiones un complemento, aunque brillante, de la programación, dependiente más de las coyunturales que de un verdadero diseño con objetivos a largo plazo.

Es justo admitir, sin embargo, que el escenario del Maestranza fue providencial para la danza ya que el Festival Internacional de Danza de Itálica, que en pocos años había logrado crear una auténtica afición, encontró asilo en él durante los tres años siguientes al cierre del Anfiteatro para fines espectaculares, tras los fastos de 1992.

Gracias a esta primera y breve simbiosis, las tablas sobre las que Pavarotti había recibido la mayor ovación que se recuerde en esta ciudad, empezaron a llenarse de esa energía especial que deja el movimiento: el vuelo, el salto, la pirueta y el zapateado de grandísimos artistas de la danza, nacionales e internacionales. En esos primeros años pasaron por él las grandes compañías españolas del momento. Como la Compañía Nacional de Danza recién dirigida por un joven Nacho Duato y el Ballet de Víctor Ullate, dos agrupaciones que el teatro siguió luego invitando para que el público sevillano pudiera acompañar su evolución. O el Ballet Nacional de España (BNE), que ha seguido viniendo hasta el día de hoy, con direcciones y programas muy diferentes, entre las que podrían destacarse las coreografías El Loco (2005) y Café de Chinitas (2008). En aquellos primeros años se recibió también la primera producción del recién creado Centro Andaluz de Danza -Retratos de la memoria- y se abrió un espacio para la creación joven en la sala bautizada luego como Sala Manuel García.

También tuvimos la oportunidad de ver a compañías míticas como el Béjart Ballet de Lausana que capitaneaba Maurice Béjart (1994), con su inolvidable Balada de la calle Ateneae, El Nederlands Dans Theater de Jiri Kilian, la Nikolais and Murray Louis Dance, que permitió ver algunos trabajos de ese prestidigitador de la danza americana que es Alwin Nikolais, o la extraordinaria versión de La Cenicienta que trajo en julio del 94 el Ballet de la Ópera de Lyon, firmada por Maguy Marin y con la Sinfónica de Sevilla en el foso.

Pasados esos años, el Maestranza ha mantenido una programación regular de danza que, si bien escasa en algunas temporadas, siempre ha estado llena de grandes figuras de todos los géneros aunque, desde la reapertura del Teatro Central, el teatro-danza y las nuevas tendencias encontraron en el espacio de la Cartuja su hábitat natural.

Grabadas en la memoria están ya veladas tan inolvidables como la del estreno español de una de las obras maestras de la danza española, Fuenteovejuna, con la compañía de su autor, Antonio Gades, en 1995 (que regresaría en 2001 con el BNE) y, en noviembre del mismo año, la protagonizada por el legendario Mijail Baryshnikov. Hitos que se han ido completando con nombres como los de Carolyn Carlson (1997), el Cullberg Ballet (1998), Bill T. Jones (1999) o el Ballet Preljocaj (2009) y otros muchos hasta llegar a la presencia, más reciente, de españoles tan internacionales como Tamara Rojo o Ángel Corella.

En la trayectoria del teatro es digno de elogio, especialmente, un compromiso con la danza clásica, materializado cada año, desde 1995 hasta hoy, en la presentación de un ballet completo cada año, casi siempre con la ROSS en el foso y en torno a la festividad de los Reyes Magos. Una cita familiar con el ballet blanco o romántico que ha permitido a un público fiel de todas las edades conocer de primera mano la tradición dancística más universal de Occidente en los últimos siglos y la base de una gran parte de la danza actual. En la memoria quedan ya títulos tan imprescindibles como El lago de los cisnes, La bella durmiente, Cascanueces, Giselle, Don Quijote, La Cenicienta o Coppelia, interpretados por grandes compañías como los Ballets de Monte Carlo, el Ballet de la Ópera de Munich, la Deutsche Staatsoper de Berlín o el Stuttgart Ballet.

Por último, hay que destacar la presencia del flamenco en este gran teatro que, hoy por hoy, contra todos los que pensaban que este arte está hecho solamente para lugares íntimos, se ha convertido en una de sus sedes habituales. Además de acoger en su programación los trabajos dancísticos de las figuras más sobresalientes del género (Eva Yerbabuena, María Pagés...) o de la compañía pública de Andalucía, acoge desde 1994 una parte de la Bienal de Flamenco. Su historia, junto a esos ecos que no volverán, como el de la voz de Enrique Morente y el de los pies de Mario Maya, contiene el lento madurar de algunos artistas -Manuela Carrasco, Merche Esmeralda, Manolo Marín, Antonio Canales, Javier Barón, Belén Maya, Sara Baras, Rocío Molina y muchísimos otros- así como algunos espectáculos que, como Arena, de Israel Galván, están escribiendo la historia actual del flamenco.

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