Flamenco

Una lección de libertad

  • Rocío Márquez publica un disco personal, bello y zumbón que se inspira en el Niño de Marchena, el cantaor más ecléctico y genial de la historia.

El niño. Rocío Márquez. Producido por Faustino Núñez y Raül Fernández. Universal.

El Niño de Marchena fue y representa todavía la máxima expresión de lo dionisíaco en el mundo de lo jondo. De ahí que el reto al que se enfrenta esta joven intérprete onubense en su segundo disco, inspirado en la figura del cantaor, sea ciertamente mayúsculo. Un reto del que Márquez sale airosa porque sabe y porque puede. Porque sabe también rodearse de los que saben, especialistas en la figura del marchenero como Faustino Núñez y Pedro G. Romero. Músicos como Herrera, Franco, Refree...

Márquez hace un viaje al pasado pero El Niño se instala fieramente en el presente. Porque puede: Marchena es sin duda el genio mayor que ha dada la historia de lo jondo, también por sus fabulosas condiciones técnicas. Emular, por tanto, la capacidad vocal de José Tejada está al alcance de muy pocos. Marchena era un superdotado, por más que los que no han escuchado sus discos le nieguen capacidades rítmicas. El disco alterna las citas directas del marchenero con pasajes inspirados, más o menos lejanamente, en su figura. 

Como objeto múltiple y dionisíaco, bello y zumbón, a imagen y semejanza de Marchena, la presente obra aúna guitarras flamencas y eléctricas, poesía tradicional y esa otra poesía tradicional que sufre/goza de autoría.

En ese juego entre la vida y el cante que fue la seña de identidad de Marchena, se abre el disco con la "granaína del revés" en la que Márquez hace de acompañamiento armónico, en unos versos de Benedetti, mientras que la guitarra de Miguel Ángel Cortés remeda la voz jonda. Es una idea pero el resultado va más allá de lo intelectual: el flamenco desde su misma médula chaconiana se dispara en todas las direcciones a través de la polifonía jonda en la que también Marchena fue pionero. La lección de libertad es sublime. Y, naturalmente, hay que tener una garganta de oro.

Los fandangos son para una cantaora onubense otra forma de respirar. La guitarra de Herrera es de una pulcritud exacta y el mensaje directo. También la forma fandanguera personal de Marchena, pese a que cada interpretación de sus fandangos es una creación. Con la guitarra de Manolo Franco. Algunos han cifrado la creatividad marchenera únicamente en el fandango aunque, siendo esto mucho, es obvio que su legado va bastante más allá. Marchena llevó el concepto de fandango personal más lejos que ninguno de sus contemporáneos. Y estamos hablando de personalidades egregias como las de Vallejo, Pinto, Carbonerillo, Corruco y un largo etcétera de músicos superdotados. Pero, tratándose de personalidad, a Marchena no hay quien le gane. Marchena es un continente, un universo jondo propio, un planeta musical que parte del flamenco pero que se nutre y desarrolla en todas las direcciones. El legado, la lección de Marchena, es la inspiración, la libertad absoluta desde el conocimiento vastísimo que ostentaba el cantaor de la tradición flamenca y de otras tradiciones que en su pueblo convivían con el flamenco. Por eso es tan difícil imitarlo, porque su genio surge de un chispazo, de un quiebro de emoción, de la vida que, de repente, se abre paso. La colombiana es una creación de Marchena y Márquez y su gente investigan aquí las fuentes de inspiración del cantaor. Los arreglos de Refree nos retrotraen a otros trabajos del catalán, con Silvia Pérez Cruz y Las Migas. La colombiana, el último de los estilos en incorporarse al canon flamenco, sale en este disco recién parida. ¡Qué gran estribillo! En la misma línea, ya lejos del modelo, la canción Una rosa sobre textos de Shakespeare y Juan Ramón Jiménez, también con polifonía y estribillos.

Tarantas: los desolados paisajes del levante español, la tierra arrasada, la austeridad absoluta de expresión frente a la repostería jonda de la voz de Marchena. El resultado es tan rico como el del original. Y con una aportación. Marchena es relajación absoluta, felicidad de a puño. Pero aquí se advierte otra tensión. Porque Márquez ha deambulado en los parajes mineros, sobre y dentro de la tierra.

Soleá de Triana. Es la más melosa a nivel melódico y por eso el marchenero se identificaba así con este cante. Márquez lo hace de una manera valiente, dando tremenda cuenta de su instrumento, recreándose en cada punto de este asombroso arco melódico que se llama soleá trianera. Otros paisajes: Alcalá y, sobre todo, Cádiz, con esa facultad de expresión tan directa, ese ir al grano de lo que importa, es el complemento perfecto de aquel regodearse. Cádiz y Triana, dos soleares perfectas, absolutamente equilibradas, redondas, desde el punto de vista musical, y son universos casi antípodas. También la seguiriya, con Pepe Habichuela: el toque solemne y visceral, íntimo y abismal. La seguiriya dulce también tiene pena, hay una forma serena, casi civilizada, de rabia. Hay una forma de tirar los papeles sin perderse. La saeta que cierra la obra corresponde a este mismo universo espiritual aunque en este caso llevado al Apocalipsis: el Apocalipsis de hoy, de cada día, de esta misma tarde, el del día 11 de septiembre también incluido, una y otra vez, desde el inicio del cante flamenco, en esta obra. ¡Y cómo se para Márquez, también con Habichuela, en la malagueña!

Las músicas americanas más recientes, puesto que fandangos también fueron indianos, están bien representadas en la obra de Marchena y en este disco. Aquí la dulzura del trópico alcanza las máximas cotas de melaza: la amable guajira de Escacena trasformada en las guajiras de Marchena, el punto, el tango o las dos milongas que canta aquí Márquez, la segunda de ellas haciéndole una segunda y tercera voz al cantaor. La guajira, la milonga y el punto se potencian con el tres poliédrico y la energía contagiosa de Raúl Rodríguez al tres. La guajira fue uno de los géneros flamencos más fructíferos a finales del siglo XIX aunque en el XX fue Marchena el único capaz de aportar nueva savia a este cante.

El flamenco es un Niño pequeño, recién nacido, con la piel suave y oliendo a nuevo, fresco, con toda la vida por delante.

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