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El mundo de ayer

  • Dominada por la figura estelar de la soprano Renée Fleming, Decca publica 'Capriccio', última ópera de Richard Strauss

Strauss: Capriccio. Solistas. Coro y Orquesta del Metropolitan. John Cox. Andrew Davis Decca (2 DVD) (Universal)

Capriccio, la última ópera compuesta por Richard Strauss, fue estrenada en Múnich el 28 de octubre de 1942 bajo "el alto patrocinio del señor ministro del Reich, Dr. Joseph Goebbels", paradójico final para un proyecto concebido originalmente por Stefan Zweig, quien unos meses antes se había suicidado en Brasil, atormentado por la barbarie nazi que creía se extendería imparable por el mundo. La idea de Zweig, retomar un libreto de Giovanni Battista Casti al que había puesto música Antonio Salieri en la década de 1780, fue finalmente desarrollada literariamente por el propio Strauss y por Clemens Krauss, famoso director de orquesta y amigo personal del compositor, que tomaría la batuta el día del estreno.

La obra se ambienta en un castillo rococó cercano a París en 1775, donde un compositor y un escritor se disputan el amor de Madeleine, una joven condesa viuda, sencillo y convencional trasfondo dramático que soporta una antigua discusión erudita que estaba en la base del nacimiento de la ópera: la querella entre música y poesía por la supremacía en la conformación del teatro musical. Finalmente, será la Condesa la que tenga que decidirse por Flamand, el músico, o por Olivier, el poeta, en una última escena de una admirable economía de medios, que parece dibujar el final de toda una época.

La vida operística seguiría en Europa, pero ya sin un Strauss que expresaba aquí una vez más su voluntad de apartarse del wagnerismo de sus inicios (Salomé, Elektra) para adoptar un lenguaje dominado por la elegancia neoclásica. El refinamiento de Capriccio en torno a una discusión algo estéril y banal, su decadente estética dieciochesca funciona a la perfección como una visión tiernamente irónica de un mundo que terminaba, aquel que Zweig glosaba en sus celebradas Memorias. Mientras todo se derrumbaba alrededor, el viejo Strauss se evadía con una conversación en torno a la naturaleza del arte musical. Al final, frente al espejo, la pizpireta Condesa reflexiona con más levedad que nostalgia sobre la renuncia que implica toda elección mientras el mayordomo le anuncia en la última frase de la comedia: "Señora, la cena está servida". Hay en todo esto tanto desapego hacia los grandes valores y las grandes ideas, que esta silenciosa y frívola retirada de la escena puede considerarse incluso subversiva en una época dominada por la exaltación y la visceralidad más extremas.

En su producción para el Metropolitan de 1998, repuesta en 2011, Cox traslada la acción a un salón del París de entreguerras y todo funciona a la perfección. Andrew Davis dirige con delicadeza y claridad, Renée Fleming confirma como Condesa su status de gran lírica de nuestros días y el resto del elenco es excelente, desde el tenor Joseph Kaiser y el barítono Russell Braun, dignos rivales en la mente de Madeleine, al bajo Peter Rose, un sólido La Roche, el barítono Morten Frank Larsen, el conde, encaprichado de Clairon, una brillante Sarah Connolly y la divertida pareja de cantantes italianos, Olga Makarina y el delicioso Barry Banks.

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