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El programa más exquisito

Escuela Bolera. Dirección: José Antonio. Intérpretes: Tamara López, Eduardo Martínez, Aloña Alonso, Sergio García, Jessica de Diego, Cristina Gómez, Elena Algado, Miguel A. Corbacho, Sara Calero. Frida Madeo, Jesús Carmona, etc. Guitarristas: Diego Losada, Enrique Bermúdez y Jonathan Bermúdez. Lugar: Jargines del Generalife. Fecha: 30 de junio de 2010.

Con la pujanza que ha alcanzado la danza flamenca en los últimos años, se olvida a menudo que ésta -la que más identifica a Andalucía, eso sí- es sólo una expresión más de las variadas danzas españolas y andaluzas que la precedieron y con las que luego ha convivido, enriqueciéndose en un mutuo ejercicio de dar y tomar.

En claro riesgo de desaparición, sobre todo por la enorme dificultad técnica que entraña, la Escuela Bolera es el centro del programa con que el Ballet Nacional de España ha regresado a los Jardines del Generalife. Un programa que realizara de modo excepcional en la conmemoración de su treinta aniversario y que, por fortuna, ha comenzado a pasearse por otros escenarios para mostrar algunas de las piezas más emblemáticas del género y, al mismo tiempo, demostrar que, con calidad, se puede encontrar el modo de dar vida y organicidad a cualquier danza, sin quedarse en la mera arqueología.

La primera parte fue un prodigio de equilibrio y de finura, desde las Seis sonatas para la Reina de España firmadas por Ángel Pericet -representante de una de las principales ramas boleras- sobre las danzas cortesanas del siglo XVIII con música de Scarlatti hasta un variadísimo Mosaico Andaluz con coreografías de Antonio Ruiz Soler y de José Antonio, pasando por la deliciosa Chacona de Victoria Eugenia y una Zarabanda llena de vida de José Antonio, director actual del BNE y culpable absoluto de este estupendo programa pues, habiendo sido un bailarín de español extraordinario, entre otras en las filas de la compañía de Antonio, ha podido recuperar -sin vídeo- algunas de las piezas con una fidelidad extremada.

Así, gracias sobre todo a un cuerpo de baile entregado, maravillosamente vestido y con un alto nivel técnico, pudimos gozar al máximo de algunas danzas endiabladas en las que los saltos, llenos de trenzados y de giros, se unían a la velocidad y a unas castañuelas que requerían carácter y no una simple ejecución instrumental.

Y junto a éstas, otras llenas de delicadeza, como Córdoba, en la que cuatro mujeres con abanico jugaron con los cipreses del escenario con la música de Albéniz interpretada en directo por tres guitarras. Mil matices de cada parte del cuerpo y mil poses que parecían salidas de las pinturas románticas y vanguardistas. Como broche, Eritaña, basada en las sevillanas boleras y con el mismo vestuario que usara su autor, Antonio Ruiz Soler, en su estreno de 1958, hizo las delicias del público aficionado.

La segunda parte estuvo dedicada a otra de las grandes ramas de la escuela bolera: la de la gran Mariemma, en cuyo museo se conserva la mayor parte del legado bolero.

Su pieza más completa y conocida, Danza y Tronío, realizada por encargo del Ballet Nacional de España en 1984, ofreció al elenco la posibilidad de lucir todas sus habilidades en una intrincada red de movimientos escénicos que terminan con el famoso Fandango de Gitanos y Boleros.

Ojalá que estas danzas animen a otros muchos jóvenes bailarines.

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