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La tragedia de Schubert

  • Muerto con 31 años después de muchas frustraciones, Franz Schubert sigue siendo pilar indiscutible del repertorio clásico.

Murió con solo 31 años, lo que ya de por sí parece suficientemente trágico, pero para el artista la tragedia en vida tuvo sobre todo que ver con la dificultad para encontrar medios que le permitieran difundir su obra. Sus continuos fracasos en el terreno teatral le causaron enorme frustración, como sus problemas para encontrar editores o la indiferencia absoluta que siempre le mostró el gran hombre de la cultura alemana del momento, Goethe. Se movió en un círculo reducido de admiradores y amigos, fundamentalmente poetas, cantantes y profesionales liberales que ocasionalmente se amplió a determinados sectores de la aristocracia austriaca. Gracias a su dinero y sus influencias, su música encontró algunos huecos por los que filtrarse públicamente, pero justo cuando empezaba a atraer la atención de editores y críticos, su salud se deterioró con rapidez a causa posiblemente de una sífilis o una gonorrea, que acabó provocándole la muerte el 18 de noviembre de 1828.

Para entonces, Franz Schubert era principalmente conocido como autor de canciones, pues la mayor parte de su obra instrumental estaba inédita y solo había conocido audiciones en ámbitos restringidos. Poco a poco, gracias en buena medida a algunos otros grandes maestros (Mendelssohn, Schumann…) su música empezó a ser difundida en auditorios públicos, aunque hubo que esperar a finales del siglo XIX para que apareciera la primera edición de sus obras completas. En Schubert se admira hoy su extraordinaria facilidad para la melodía, el intenso lirismo de sus desarrollos, siempre originales, o la audacia de sus modulaciones, lo que otorga a toda su música un color armónico inconfundible. Admirador rendido de Beethoven, el vienés fue capaz de manejar con solvencia las formas clásicas, partiendo a menudo de modelos mozartianos o haydnianos, y a la vez de desarrollar toda una serie de pequeñas formas donde volcar sus inquietudes y anhelos personales.

Schubert es hoy uno de los habitantes más frecuentados del panteón clásico, y la industria fonográfica no deja de corroborarlo. Continuamente aparecen referencias con su música. Por ejemplo, un Cuarteto de Tokyo en retirada (los dos únicos miembros japoneses que quedan de la formación inicial han anunciado su salida del grupo, que se verificará en una gira mundial el próximo curso) ha grabado para Harmonia Mundi el Quinteto en do mayor (David Watkin es el segundo cellista), una de esas obras absolutamente asombrosas del músico, escrita en 1828 con la muerte ya rondándolo, que llega aquí en una interpretación de una serenidad y una belleza estremecedoras. Complementa el incompleto Cuarteto nº12, con un tono diferente, mucho más incisivo y cortante. Sin abandonar la música de cámara, de absolutamente excepcional puede calificarse el acercamiento que la versátil violinista alemana Carolin Widman ha hecho en el sello ECM y con el concurso del pianista Alexander Lonquich a tres obras del catálogo schubertiano, bastante poco frecuentadas y de un aroma entre encantador y dramático.

En los últimos años, la música pianística de Schubert ha sido reivindicada con fuerza justo por aquello por lo que durante mucho tiempo fue despreciada: su imprevisibilidad y su capacidad para alterar la forma. En Harmonia Mundi, Javier Perianes dejó hace años una muestra señera de este repertorio, y ahora es otra de las estrellas de la casa, el británico Paul Lewis quien ofrece un álbum doble con las tres últimas sonatas (D.840, 850 y 894), los Impromptus D.899 y las Klavierstücke D.946, estas dos últimas, las colecciones que ya fueron registradas por el pianista onubense. En este ámbito también merece destacarse la intensidad con la que Laurent Cabasso afronta para el sello Naïve la Fantasía Wanderer en un álbum que incluye también las Variaciones Diabelli de Beethoven y la pequeña obrita que Schubert escribió sobre ese mismo vals de Anton Diabelli.

En el ámbito sinfónico, la presencia de Beethoven parece acentuarse en la Sinfonía nº4, acabada en 1816 y que el propio Schubert subtituló como Trágica, en la excelente interpretación que la Orquestra de Cadaqués ha grabado para el sello Tritó bajo la batuta de Gianandrea Noseda, que complementa con la de Schumann.

Y el lied. Porque Schubert sigue dominando las publicaciones que se realizan en torno al género. Mark Padmore y Paul Lewis concluyen su grabación de los tres grandes ciclos del músico en Harmonia Mundi con El canto del cisne, esa colección de canciones que solo fue ciclo con carácter póstumo. La voz clara y lírica de Padmore ha ganado cuerpo y densidad con el tiempo y ahora son los temas más oscuros y desolados los que marcan su interpretación, que alcanza un intenso dramatismo en El doble. La desolación marca el viaje interior de Winterreise, posiblemente el ciclo de lieder más impactante e influyente jamás escrito. La angustia existencial queda algo limada en la versión que Barbara Hendricks ha grabado para su propio sello, Arte Verum. La soprano de Arkansas hace un viaje de tempi rápidos y cierta irregularidad en el color, muy cambiante, y la emisión. La oscuridad domina en cambio la muy canónica interpretación del barítono Florian Boesch, acompañado por Malcolm Martineau, en el sello Onyx, una versión muy matizada pero que transita el terreno de la serenidad más que el de la desesperación.

Cuentan que en 1830, por fin Goethe aceptó escuchar la música que Schubert escribió y le envió quince años antes sobre su célebre poema Erlkönig y que se conmovió profundamente. El compositor llevaba dos años muerto. Su reino ya no era de este mundo.

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