Monkey Week

Memorias del subsuelo - Noche 1

  • Una bitácora personal de la segunda edición de Monkey Week, por Pablo B. Caveda

Los meteorólogos son gente muy poco mundana. Ellos entienden sólo de sutilezas, de realidades etéreas y esponjosas como las nubes, la dirección del viento o la presión atmosférica. Estos señores que apuntan a científicos se montan sobre su caballo platónico y surcan las inmensidades celestes anunciándonos el porvenir. A nosotros nos puede joder a base de bien que mañana vaya a llover, pero ellos, con esa sonrisa perpetua, se entusiasman con los nimbos como si fuesen niños con corbata y nos señalan sobre el mapa isobárico esa borrasca tremenda que se acerca desde el Atlántico para nuestra desesperación.

Antes de bajarme a El Puerto para asistir a la fiesta de presentación del Monkey Week en el Mucho Teatro me acerqué a la playa porque es sano y porque quería ver si los Cuatro Jinetes del Apocalipsis se dirigían efectivamente hacia Cádiz. Como decía Beck, las condiciones atmosféricas habían variado. Eso era innegable. El aburrido cielo de días anteriores se había fruncido con nubes de diverso grosor y color. Muy bonito. Muy mono. Pero más de uno y de una debía estar empezando a temblar.

Nada más llegar a la Calle Luna, una de las organizadoras, que sabe de mi fijación por los partes meteorológicos, se me acercó sonrisa en mano para comunicarme que no estaba lloviendo; obviedad triste y relativa puesto que desde el Castillo de San Marcos nos llegaba un viento cargado de humedad. A eso de las once de la noche la calle estaba llena de gente sentada en mesas y terrazas haciendo sus cosas, pero a la puerta del Mucho Teatro no había un alma. Las actuaciones de De Jonston y compañía se habían retrasado por un pequeño problema técnico, consustancial a todos los festivales del planeta.

Tras el consuetudinario registro en la puerta de la sala me interné en el local para constatar que me encontraba efectivamente donde debía y para levantar el ánimo con una bebida espirituosa.

Al quinto cigarrillo aquello se había llenado. Músicos, organizadores, periodistas, fotógrafos y mucha seguridad. Los De Jonston dieron un buen concierto y seguí a lo mío, inspeccionando el local y el ambiente como un detective de pacotilla. Estos chicos son buenos haciendo lo que hacen, pero lo que hacen me interesa bien poco (no te puede gustar todo, me imagino). Precioso el techo del Mucho Teatro, que antes ocupaba el célebre Cine Macario (allí me tragué todas las pelis de Tarzán). A pesar de ser un sitio bastante célebre nunca había tenido ocasión de entrar. Digamos que no encajo allí, o que yo no les encajo. En cualquier caso no se podía mirar otra cosa salvo una marea de cabezas, melenas y patillas que compartían argumentos. Un barullo hiperbólico que comenzó a distenderse cuando los La Débil subieron al escenario.

Éstos me gustaron mucho, hagan lo que hagan. Alguien me dijo que lo suyo era el post-rock, y yo asentí, porque me pareció probable.

Entonces tuve que salir. Tengo los pulmones delicados y éstos se me rebelan cuando no obtienen todo el oxígeno que necesitan. A las patillas y a las melenas se habían sumado los habituales del local, lo que condujo a tal abigarramiento espacial que ya no se estaba bien allí. Salí a la antesala del Mucho Teatro a respirar y me dispuse a abandonar la fiesta de presentación cuando tropecé con una cortina roja, completamente lynchiana, con ciertas propiedades mágicas. Me sentí extraño al atravesarla, como si me azotaran en la cara con una gamuza de terciopelo. Cuando estaba al otro lado del elemento mágico constaté que tenía el ceño fruncido y los ojos raros. Cuando vi a mi amigo César atravesarla observé, impávido, cómo su rostro se había demudado. Ya no tenía la mirada limpia y serena de las once de la noche. Algo había sucedido entre sus lóbulos frontal y temporal, y la cortina era, sin duda, la responsable.

Por cierto, ayer John Lennon hubiese cumplido setenta años, como mucha otra gente que nació precisamente en esa fecha.

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