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Netanyahu camina por el filo

  • El primer ministro israelí cumple un año al frente del país haciendo malabares para contentar a sus socios de coalición y enfangado en la peor crisis en décadas con EEUU

Benjamin Netanyahu cumplió el miércoles un año desde que asumió su segundo mandato como primer ministro de Israel. Un año de ausencias que fue celebrado con ausencias. El brazo de hierro mostrado en el inicio del diálogo de paz con los palestinos y su torpe coqueteo con la Administración de Barack Obama han marcado un año de escasos éxitos políticos aunque de relativa calma en la región.

Netanyahu culmina su primer año sin retos urgentes en materia de seguridad. La guerra del Líbano y la operación Plomo Fundido en Gaza orquestadas por su predecesor, Ehud Olmert, le dejaron ya una apacible región.

Tanto es así que el jefe de Gobierno israelí no ha tenido que escuchar la alerta roja hasta el pasado viernes, cuando la Franja de Gaza le devolvía a dos soldados fallecidos tras el peor enfrentamiento contra las fuerzas de Hamas desde enero de 2009.

Un episodio que Netanyahu condenó con advertencias de la "rotunda" respuesta que dará Israel si se ve obligado a una nueva invasión de la Franja de Gaza. Mientras, el jefe de la Fuerzas Armadas israelíes, Gabi Ashkenazi, preparaba psicológicamente a las unidades del país ante "la posibilidad de nuevos incidentes".

Hasta este momento Netanyahu andaba lidiando con menesteres menos bélicos aunque no menos conflictivos: sus funestas relaciones con la Casa Blanca e ingeniosos juegos de equilibrio para mantener su coalición de Gobierno sin causar daños irreparables a su incondicional socio.

"Se me encoge el corazón cuando veo cómo fue recibido el primer ministro (Netanyahu) en Washington. No puedo evitar pensar en mejores tiempos", afirmaba el domingo un dramático Simon Peres, presidente de Israel, tras la última visita de Netanyahu a la Casa Blanca.

Tiene razón el presidente. No hubo bombo, ni platillos, ni choque de manos, ni foto, ni anuncio conjunto en la cita en Washington. Pero con toda su solemnidad, el frío encuentro sigue sin ser equiparable a la cruda bienvenida que Israel dio al vicepresidente estadounidense, Joe Biden, en su primera visita hace tres semanas.

Washington no perdona que Israel siga aguando sus esfuerzos diplomáticos para iniciar el diálogo indirecto con el Gobierno palestino que permita retomar el proceso de paz congelado hace 15 meses.

Y menos que lo haga con un descarado plan para la construcción de 1.600 casas en Jerusalén Este, anunciado durante la visita de Biden, que deja muy claro los puntos que no son negociables para Israel y su negativa a cumplir la condición sine qua non para los palestinos: la completa paralización de los asentamientos incluido Jerusalén Oriental.

Invitado a disculparse en persona en la Clasa Blanca, un retractado Netanyahu no logró sin embargo emitir una disculpa que fuese más allá del "inoportuno momento" elegido para el anuncio. Sobre las construcciones en Jerusalén Este, Netanyahu parece seguir haciendo oídos sordos a las plegarias de Estados Unidos y se muestra firme: seguiremos construyendo como lo han hecho los gobiernos de los últimos 42 años, afirmó.

Obama tiene una deuda con el mundo árabe tras su pomposo discurso en El Cairo que vino seguido de un año de política "cero" en Oriente Próximo y sólo ahora parece dispuesto a recuperar el tiempo perdido.

Netanyahu tiene ahora el balón en su tejado pero tiene que hacer encaje de bolillos para mantener unido a su Gobierno. Cualquier paso en falso puede desmoronar su coalición, compuesta casi por completo de partidos conservadores que no aceptarían todas las condiciones palestinas e incluso estadounidenses.

Por el contrario, de no ceder al juego de Estados Unidos y hacer un gesto demasiado generoso en favor del diálogo, su único peón de centro-izquierda, el partido Laborista, podría abandonarlos y dejar a la coalición de Netanyahu con una escasa mayoría de un escaño en el Parlamento.

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