francia Sus partidarios alaban su voluntarismo y los decepcionados, su falta de consistencia política

El cambio que nunca llegó

  • Sarkozy, que anunció el miércoles su candidatura a la reelección, pasó de encarnar las esperanzas de impulsar a una Francia adormilada a perder su popularidad

El presidente francés, Nicolas Sarkozy, que anunció su candidatura a la reelección esta semana, fue elegido en 2007 con la propuesta de cambiar una Francia adormilada, pero durante su mandato, que espera renovar, se labró una imagen de presidente desordenado e impulsivo y llegó a convertirse en el mandatario más impopular de la V República.

Su sueño de niño era ser presidente. Nicolas Sarkozy de Nagy-Bocsa, hijo de un inmigrante húngaro, lo logró pese a que su familia no formaba parte de la burguesía francesa y él, llegado al Palacio del Elíseo con un diploma de abogado, no había estudiado en las prestigiosas escuelas francesas en las que se forman las élites.

Ambicioso, trabajador, enérgico, con un "insaciable apetito de acción", "sin dudar de nada y mucho menos de sí mismo", según el ex presidente Jacques Chirac, Sarkozy sorteó metódicamente todos los obstáculos con golpes de efecto, traiciones y travesías del desierto.

Comenzó su militancia política en la derecha francesa a los 19 años. Con apenas 28 fue elegido alcalde de Neuilly, un suburbio acomodado de París. A los 34 conquistó su primer escaño de diputado y cuatro años después logró una cartera ministerial. A los 52 fue elegido presidente.

Al llegar al poder con el 53% de los votos en mayo de 2007 -derrotando en la segunda vuelta a la socialista Ségolène Royal- con la promesa de "reformar Francia", gozaba de una popularidad sin igual para un mandatario francés desde el general Charles de Gaulle, fundador de la V República en 1958. "No tengo derecho a decepcionar", dijo el día de su investidura. Pero el estado de gracia duró poco. Sondeo tras sondeo, terminó siendo el presidente más impopular de Francia.

"Lo más importante es la manera con la que desacralizó la política y rebajó la función presidencial al servicio de su persona. Lo que los franceses le reprochan es su forma de ser y de hacer", estima el politólogo Stephane Rozes.

Nicolas Sarkozy es un estilo. Sin complejos, como la derecha que desea encarnar, quiere trastocar los códigos, decir las cosas directamente, avanzar rápido.

Pero su estilo escandaliza. Y ello desde el día de su elección. Esa misma noche festejó su victoria en el selecto restaurante Le Fouquet's de los Campos Elíseos, antes de pasar sus vacaciones en el yate de un acaudalado empresario. Rápidamente recibió el calificativo de "presidente bling-bling", expresión con la que se hace alusión a una vida de nuevo rico, que contrasta con la discreción francesa.

Poco después de divorciarse de Cecilia Ciganer, expuso en público su idilio con la modelo Carla Bruni, dando la impresión de estar más preocupado por su felicidad personal que por la suerte de los franceses. Poco tiempo después contrajeron matrimonio y en 2011 la pareja tuvo una hija, Giulia, cuarto hijo de Sarkozy.

Escandalizan asimismo sus excesos de lenguaje, habiendo quedado como referencia del mismo la frase que le lanzó a un hombre que rehusó darle la mano: "¡Lárgate, pobre imbécil!".

También irrita su manera de ejercer el poder y su voluntad de controlar y decidirlo todo, relegando al jefe de Gobierno, François Fillon, al rango de simple "colaborador". La multiplicación de las reformas y los anuncios decididos en función de informaciones de casos policiales hacen que incluso figuras de su bando lo consideren disperso.

Aplica el "método Zorro: rapidez e inmediatez de intervención", escribió el ex ministro socialista Claude Allegre.

¿Será Nicolas Sarkozy un presidente de crisis en el escenario internacional, que gesticula sin visión de largo plazo en la escena interior?

A la hora del balance, sus partidarios alaban su voluntarismo. Esa determinación que lo empujó en 2011 a ser el motor de la intervención militar internacional en Libia o a contribuir a encontrar soluciones para evitar la bancarrota del sistema bancario mundial en 2008.

Los decepcionados que creían en su consigna "trabajar más para ganar más" le reprochan sus promesas incumplidas y sus favores fiscales a los ricos. También su flirteo con la extrema derecha para ganar votos.

Sarkozy ha reconocido que cometió "errores" y repite que ha cambiado y madurado, hasta el punto de que admite una derrota electoral, en cuyo caso, dijo, "no volverán a oír hablar de mí".

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