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La cara más callada de la guerra

  • A pesar de los años de guerra contra los soviéticos, del conflicto interno y de un régimen talibán que apoyó a Al Qaeda, las víctimas siguen aprobando la presencia de tropas internacionales en el país

Las incontables víctimas de la guerra afgana guardan silencio sobre el complicado proceso de diálogo con los talibanes impulsado por el presidente Hamid Karzai, el enésimo intento de poner fin a los sucesivos conflictos que han arrasado a la población durante tres décadas.

El 15 de agosto de 2009, cinco días antes de unas elecciones presidenciales marcadas por el fraude, un suicida al volante de un todoterreno cargado de explosivos se hizo estallar cerca del cuartel de la misión ISAF de la OTAN y de la Embajada estadounidense, en el protegido corazón de Kabul.

La prensa informó, a partir de datos oficiales, de la muerte de siete personas y las heridas sufridas por otras 91. Uno de ellos era Mohamed Khan, de 65 años, un ex funcionario que se dirigía al Ministerio de Transportes para recibir su pensión.

"De repente, vino un vehículo y quedé gravemente herido. Estuve cuatro meses en el hospital, me sometieron a tres operaciones en la barriga, en el hígado, en...", explicaba el anciano en su domicilio cuando decidió levantarse la túnica y mostrar un vientre hinchado, plagado de cicatrices infectadas.

Sentado en la cama con gesto paciente, Khan lamentó haberse gastado 40.000 afganis (unos 510 euros) en médicos. "No puedo mantener a mi familia", susurró. El Gobierno ofreció 100.000 afganis a las familias de los muertos y 50.000 a los gravemente heridos, grupo del que fue excluido.

Pero el bondadoso anciano no tiene malas palabras para las autoridades o las tropas extranjeras, a las que agradece que hayan intentado "ayudar" durante los últimos nueve años de guerra, desde la caída del régimen talibán y la invasión de EEUU.

Preguntado por el plan de paz auspiciado por Karzai, que persigue la "reintegración" de 36.000 insurgentes a cambio de que depongan las armas, y sus consecuencias sobre las víctimas de la guerra, Khan bajó aún más la voz. "No tengo ninguna opinión sobre esto, es una situación política", zanjó.

Pero poco después, envalentonado, blandió su bastón en alto, se confesó "revolucionario" por su afán de que las cosas cambien y, sin atender a contradicciones, concluyó diciendo que "hay que apoyar al Gobierno porque es el que tenemos ahora".

El anciano, que rehusó ser fotografiado para no "exhibir la pobreza" de su domicilio, vive en una barriada cercana a la carretera entre la rotonda de Massoud y el aeropuerto, uno de los puntos de Kabul más castigados por los integristas (el día 18 se registró el último ataque suicida, con tres civiles muertos).

Carretera abajo, un vendedor que rechazó identificarse reclamó su derecho al silencio: "¿Qué puedo decir? No quiero decir nada, mi hijo perdió la vida en un ataque en esta carretera. Cualquier cosa que dijera sería profanar su memoria".

Otros, como un agente policial que resultó herido en un ataque insurgente, accedieron a contar su historia pero evitando los juicios. "Estábamos en un hotel del barrio Khair Khana (norte) cuando varias personas con trajes y con motocicletas subieron y dispararon contra nosotros. Luego hubo un atentado suicida", relató Haroon Popal, de 26 años.

Fue el 11 de febrero de 2009. Aquel día una serie de ataques coordinados de comandos talibanes contra objetivos gubernamentales acabaron con la vida de más de 20 personas.

"Estuve en el hospital cinco días. Recuerdo que no había suficientes camas para todos. Recibí una herida de bala en la cadera", explicó el joven en la ladera norteña kabulí, donde las viviendas se apilan y no queda rastro del bullicio del centro de la ciudad.

Popal reivindicó su condición de policía para negarse a opinar sobre el proceso de paz: "No soy político, no sé si será bueno o malo. Es muy complicado".

¿Es posible la reconciliación afgana tras una guerra de soviéticos contra muyahidines apoyados por Pakistán y EEUU, un conflicto civil salvaje, un régimen talibán que ofreció techo a Al Qaeda y, ahora, un enfrentamiento entre casi 150.000 tropas internacionales y una insurgencia en auge?

"Damos la bienvenida a cualquier solución, porque la guerra nunca puede ocupar el lugar de la paz", replicó en una entrevista el presidente de la Organización de Derechos Humanos de Afganistán, Lal Gul. El activista prefirió centrar sus críticas en los "señores de la guerra" y en las tropas internacionales desplegadas en Afganistán.

"Un chico fue tiroteado por soldados británicos en las afueras de Kabul durante una boda. Yo mismo he perdido a parientes en una redada en mi aldea", en el este de Afganistán, enumeró.

Muyahidines, cabecillas locales, talibanes, tropas soviéticas, estadounidenses, británicas... los entrevistados culparon a distintos actores de la guerra, pero coincidieron en que éste es uno de los momentos más crudos de la historia del país, y a pesar de su experiencia confían en la solución de las tropas extranjeras.

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