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Cuando el riesgo se hace verdaderamente global

Santiago Carbó

Catedrático de Economía y Finanzas de la Bangor Business School

En 2012, por vez primera desde 2007, comenzó a considerarse que la crisis podía ser, verdaderamente, global. Porque ésta es una de las grandes paradojas a las que nos estamos enfrentando estos años. En particular, en un mercado que es cada vez más abierto y globalizado, la crisis se ha centrado fundamentalmente en Europa y Estados Unidos, pero otras economías avanzadas la han sufrido en menor medida y la mayor parte de las emergentes no se habían visto afectadas de forma significativa. Sin embargo, en 2012 el riesgo se hizo global.

Como muestra el Cuadro, la principal preocupación surgió de economías como India y Brasil, donde el crecimiento (aún estimado para 2012) se situaba en el 4,9% y el 1,5% respectivamente. Estas tasas, por las que suspiraría casi cualquier economía avanzada, son, sin embargo, pírricas para los emergentes. Incluso el crecimiento de China para 2012, del 7,8%, se considera como un dato modesto e, incluso, preocupante.

Este riesgo de generalización internacional de la crisis responde fundamentalmente a dos cuestiones. La primera, la persistencia de la recesión o, en todo caso, el anémico crecimiento en economías avanzadas como, sobre todo, las europeas. Esto incide de forma muy negativa en la demanda de los países emergentes. La segunda, el temor a un cierto sobrecalentamiento en algunos de estos países de fuerte crecimiento, evidente en Brasil (con una descomunal inversión en infraestructuras y sector inmobiliario) y en China, con un exceso de inversión en relación al consumo del que resulta difícil determinar si es un problema transitorio o estructural.

Si se analizan las proyecciones del FMI para 2013 en el Cuadro, parece apreciarse que ese riesgo de globalización de la crisis tiende a desvanecerse, puesto que la práctica totalidad de los países emergentes recuperan el vigor del crecimiento de su PIB según las proyecciones para 2013. No obstante, es preciso establecer algunas cautelas.

Que la economía internacional no sufra nuevos vaivenes en 2013 no es descartable. Hay demasiadas heridas abiertas que no acaban de cerrarse. En 2012, la desconfianza internacional surgía cuando en Estados Unidos se consideraba que la recuperación ya se había iniciado y, sin embargo, el pasado año terminaba con el reto fundamental de evitar el abismo fiscal. Se logró y los mercados lo acogieron muy positivamente. En todo caso, son cada vez más las voces que, en relación con el abismo fiscal y con la solidez de la recuperación en Estados Unidos, señalan que el gran problema de fondo persiste.

Este problema no es otro que la acumulación de deuda, como el mecanismo más socorrido (tal vez ya demasiado) para solventar los problemas inmediatos de falta de crecimiento.

Para el caso estadounidense, esto queda claro cuando el problema del fiscal cliff se solventa prolongando y aumentando el ya enorme endeudamiento de la economía norteamericana. Para muchos economistas americanos, como Kenneth Rogoff, es preciso establecer algún mecanismo de control a largo plazo para la deuda. Rogoff señala con bastante intención (mirando de reojo a Europa) que a Estados Unidos se le permiten estos excesos con la deuda porque, desde su guerra de la Independencia, siempre ha mostrado capacidad de pago.

En Europa, sin embargo, esta capacidad no está para nada clara en las economías periféricas y la solución pasa porque Alemania pague la factura y los demás (España, Italia e, incluso, Francia) salden cuentas en los próximos años con el socio germano. Buena parte de lo que ocurre con la economía mundial, de ese desasosiego que no cesa, responde a que esta crisis está necesitando de soluciones hasta ahora inéditas, cuyo resultado a largo plazo es incierto. Este es el caso, por ejemplo, de las tremendas expansiones monetarias realizadas en países como Estados Unidos o Reino Unido.

En Europa, se estaba a la espera de alguna solución imaginativa, toda vez que la incapacidad política para ofrecer alternativas que compatibilicen solidaridad y compromiso común dejaba en manos del Banco Central Europeo el liderazgo. Así, Mario Draghi recogió el guante y su "haré lo que sea preciso por salvar el euro… y será suficiente" fue el gran órdago del pasado año. Un órdago que dura hasta ahora. Y es que la gran referencia de todos los temores durante 2012 fue Europa. Y lo sigue siendo. Y, dentro de Europa, España que, de paso, se ha convertido en el tubo de ensayo del experimento -el más valiente y decidido hasta la fecha- de la autoridad monetaria europea, las llamadas Outright Monetary Transactions (OMT).

El OMT es como la gran promesa que nunca llega. Se trata de un programa de compra de deuda para reducir la presión sobre el bono soberano de aquellos países que solicitaran un rescate a sus socios europeos. El candidato número uno a la experimentación es España. Para la mayoría de los analistas, las OMT son una alternativa con pocos riesgos económicos para España y, en todo caso, uno político, la condicionalidad efectiva y/o contingente.

Y el reto sigue ahí, porque se está dando una situación algo histriónica y preocupante. Justamente a finales de 2012 y principios de 2013, pareciera que los mercados andan en una calma inusitada y se sugiere que, al final, el rescate pueda no ser necesario para España. Pues bien, esto no está nada claro precisamente porque buena parte de la calma proviene de la arraigada expectativa en los mercados de que España solicitará el rescate y el programa OMT se activará. A medida que esa expectativa corra el riesgo de no cumplirse, las consecuencias para el mercado pueden ser muy negativas. Y los fundamentales siguen sin ayudar, con una macroeconomía débil ya en toda Europa, empezando por Alemania.

Y algunos se han apresurado a afirmar que esta situación de nueva incertidumbre para Europa es consecuencia casi exclusiva de la obsesión con la austeridad y, de paso, abogan por un cambio total de orientación, dejando la deuda a un lado. Esa opción, en estos momentos, sería un error. Es preciso reconocer -así lo hemos hecho muchos economistas estos últimos años- que la austeridad a ultranza no ha sido una buena receta pero abandonar o dejar para más tarde una pauta razonable de corrección de desequilibrios fiscales puede ser aún peor.

Cuando ha existido ese temor, la liquidez ha huido de Europa. Por lo tanto, parece preciso relativizar la austeridad, pero no abandonar el compromiso de consolidación fiscal.

En definitiva, Europa ha sido y seguirá siendo el centro de todas las miradas. Y España la referencia europea. Si deja de serlo, que sea porque se ha encontrado una vía de solución y no porque países como Italia o Francia se hayan convertido en el foco. Mal asunto entonces, porque, si se llega a esa situación, sí que se va a tener que ser imaginativos. Mucho.

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