Crítica de Cine

'Alpacinitis' aguda

nunca es tarde

Comedia, EEUU, 2015, 106 min. Dirección y guión: Dan Fogelman. Fotografía: Steve Yedlin. Música: Theodore Shapiro. Intérpretes: Al Pacino, Annette Benning, Christopher Plummer y Bobby Cannavale. Cines: Plaza Mayor, La Verónica.

Un gran actor dado al exceso precisa de un director aún más grande que él, que sepa domesticar su fuerza y ponerla al servicio del personaje y de la película. Entonces se logra ese espectáculo soberbio de la contención tras la que se adivina una explosión siempre a punto de estallar. En el caso de Pacino lo logró Coppola en los dos primeros Padrinos (se le desmandó, como toda la película, en esa tercera parte que parece una parodia de Leslie Nielsen de las dos anteriores) o Lumet en Tarde de perros y Serpico. Que ganara el Oscar por una interpretación desmadrada (la mediocre Esencia de mujer) pareció sellar un destino opuesto para el actor: ser marioneta de sí mismo, poniendo los personajes y las películas a su servicio, dirigido por realizadores con poco (Avnet: Asesinato justo, Hackford: El abogado del Diablo, Niccol: Simone, Gordon Green: Señor Manglehorn), esperpéntico (De Palma: El precio del poder, Levinson: La sombra del actor) o grandilocuente (Stone: Un domingo cualquiera, Nolan: Insomia) talento. Excepciones han sido Michael Mann (Heat, El informante) y Becker (Melodía de seducción, City Hall).

En este caso Pacino se merienda al debutante -proviene de la televisión- Dan Fogelman y se pone la película por peana, construyendo un personaje desbocado y desquiciado que saca lo peor de él mismo. Al contrario de lo que pasó con The Beatles, John Lennon y Yoko Ono, salvan la vida de un viejo rockero pasado de todo gracias a una carta de la simpática pareja que recibe 40 años más tarde. ¿Se imaginan a Pacino haciendo de viejo rockero pasado de rosca en busca de una segunda oportunidad? Pues eso. El guión, también de Fogelman, pone todos los tópicos que puedan esperarse en una historia de reencuentros redentores: hijos, nietecita, mujer con la que tal vez volver a empezar… Todo es convencional intentando con poco éxito no parecerlo.

Pacino sucumbe víctima de la alpacinitis. Bobby Cannavale parece que no está, pese a la importancia de su personaje. Anette Benning pone un poco de sentido común y Christopher Plummer una necesaria contención. Pero son dos ocupantes de un carruaje llevado hacia el precipicio del hastío por una dirección rutinaria, un guión tópico y una interpretación desbocada. Un precipicio en cuyo fondo hay sentimentalismo barato que no duda en tirar de enfermedad para retorcer el corazón (sin lograrlo), de mal cine de cámaras lentas y de un uso empachoso de la música.

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