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El Apocalipsis, otra vez

  • Fernández Mallo recupera claves del estructuralismo y el posmodernismo en 'Postpoesía', donde el autor defiende una lírica que incluya la realidad circundante

Con el subtítulo de Hacia un nuevo paradigma, la postpoética de Agustín Fernández Mallo vuelve a recuperar aquí, en atropellada recolecta, las ideas elusivas que atronaron la segunda mitad del XX de la mano de Foucault, Derrida, Baudrillard, mas toda la inteligencia posmoderna. Hablamos del fin de la Historia, el fin de la novela, la quiebra de la realidad, la desaparición del yo, y eso que Robbe-Grillet llamó "el mito de la profundidad", refiriéndose con ello a la pretendida pureza del idioma (el lenguaje como bruñido prototipo, como artilugio sin memoria, y no como ser vivo), que el francés postulaba. Esa es la razón de que Guillermo de Torre llamara a Grillet "agrimensor de la literatura", injuriando de paso a dos nobles profesiones, la de perito agrónomo y la de hombre de letras. Pero volviendo a Fernández Mallo, el escritor gallego recupera el conocido arsenal del estructuralismo y el posmodernismo, para exigir una poesía que incluya la nueva realidad circundante, así como las últimas teorías científicas, de modo que se articule un lenguaje otro, una herramienta universal e híbrida, con la que el mundo pueda decirse nuevamente.

Es curioso que fuera la metafísica, el esencialismo de Heidegger, quien se impusiera tras la II Guerra Mundial, y ello gracias a la tutela de Sartre. De aquella remisión del individuo, de la disolución del hombre en una oscuridad larvaria, devino luego toda esa filosofía, tan fascinante como abstrusa, en la que el yo no existe, la realidad tampoco, y la ciencia es, simplemente, una materia elástica a gusto de quien la hace. Luego resulta que los aviones vuelan, que los libros de Fernández Mallo se editan con regularidad, siguiendo complejos procesos técnicos y acendradas liturgias comerciales, y que Derrida (el postulador del yo como fantasmagoría), probablemente cobraba los derechos de autor por sus obras. Pero esto, que la ciencia es una tentativa, una prótesis, un molde insuficiente, y que la estadística ha ocupado el lugar de la certeza, es algo que ya había dicho Ortega mucho antes de que Lyotard escribiera sus anodinas ocurrencias científicas, o de que Fukuyama pasara a la Historia como el fallido autor de El fin de la Historia. En definitiva, toda esta suerte de literatura apocalíptica, de un vago -e identificable- fondo religioso, quizá no viva ajena a la tremenda postración humana que sucedió a las guerras del XX, así como a la impensable mejoría tecnológica de las últimas décadas. Según Hobsbawn, el eminente historiador británico, la migración del hombre a las ciudades ocurrida en la segunda mitad del siglo pasado, es de igual magnitud al cambio que supuso la llegada del Neolítico. Si a esto le añadimos los paradójicos hallazgos de la física nuclear, lo intricado del saber moderno, más la eclosión tecnológica derivada de la Guerra Fría, tendremos algunos de los motivos por los cuales el mundo de hoy (el vasto mundo que Fernández Mallo quiere poetizar al modo de Lautréamont, entre la ciencia y el lirismo) se ha vuelto indescifrable y problemático.

Según la tesis de Fernández Mallo, la poesía actual anda muy rezagada del resto de las artes, debido a esta falta de inclusión y acopio de útiles modernos. Es decir, que hacen falta nuevas metáforas, mucho más eficientes, que traigan y susciten el escalofrío de lo vivo. Para ello, sin embargo, Fernández Mallo no recurre a lo metafórico, como anunciaba, sino la figura del símil: el símil del huevo frito para explicarnos su cartografía poética; el símil del colesterol para enjuiciar a una tradición tan estéril como infausta; y el símil del chicle para ilustrarnos sobre la impotencia mandibular de los poetas. Con lo cual, la metáfora, la inesperada conexión de magnitudes inconexas, queda fuera de esta poética, y se recurre a la figura de la alegoría, tan del gusto dieciochesco de Samaniego, y en definitiva, al reino de lo similar y lo analógico, que como nos explicó Foucault, muere con el orbe clausurado del Renacimiento. La metáfora, postpoética o no, es justo lo contrario de una comparación agotadora y deficiente; es síntesis de lo diverso y cierre provisional de un abismo perdurable: ése abismo que se abre definitivamente con el Romanticismo y llega, irresuelto, hasta Fernández Mallo.

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