Crítica Música

Apuesta segura al negro

Serio. Paso lento. Cabeza alta y ligeramente inclinada. Espalda recta. Mirada directa al infinito. Mano izquierda en el bolsillo y derecha señalando al tendido. Sonrisa de pillo, altiva, casi de desprecio. Afirmando y transmitiendo una gran confianza en sí mismo. También calma. O rabia contenida a punto de estallar. Y con el negro por bandera. De arriba abajo. Elegancia clara. Y un fondo vacío, oscuro de fondo en el escenario. Doble apuesta segura a un color que le caracterizará para siempre. Va de negro y de negro lo verás. Puro Loquillo.

Así apareció el roquero barcelonés en el Teatro Cervantes en la noche del pasado jueves. Un espacio que vivió una emocionante cita musical con alguien que tiene un tono de voz, una pose y un algo que, cuando empieza a cantar, sobra todo lo demás. Loquillo inauguró la temporada musical del Cervantes ofreciendo uno de los conciertos de su gira A solas.

De nuevo olvidando a los Trogloditas y a Los Intocables, el loco se centra en sus discos en solitario -especialmente en el último, Su nombre era el de todas las mujeres- para dar rienda suelta a su vena más poética. Dos horas en las que acompañado de grandes músicos repasa la poesía contemporánea de mano de nombres como los de Benedetti o Gil de Biedma; aunque es el madrileño Luis Alberto de Cuenca el que, con sus grandes letras, tiene un peso especial.

Este músico tiene ya experiencia. Medio siglo a sus espaldas y más de 30 años en la música le dan casi carta libre para dedicarse a lo que quiera. Sabe lo que se hace. Lo hace bien. Y sabe que lo que hace gusta a un público que le espera ya rendido a sus pies, como demostró la ovación inicial del Cervantes nada más aparecer por el escenario. Por eso, su literatura musical parece extraña en un tipo duro como él, pero va calando poco a poco en el tendido como una fina lluvia.

Y mientras el concierto va ganando en emoción, en sentimiento y coraje, él empieza a sentirse inmortal y el público afortunado de tenerle delante, de casi poder tocarlo. Es el momento en el que se pone las gafas y se sienta para cantar Antes de la lluvia.

Cuando de su boca salen las palabras Johnny Cash, los suspiros lo hacen de entre el patio de butacas, a donde Loquillo baja una y otra vez para estar más cerca del público. Parece que es quien quiere tocar a sus espectadores, sentirlos. La chaqueta ha desaparecido y las mangas están arremangadas hasta los codos. Hay que sentirse cómodos. Y roqueros. El concierto se convierte entonces en una mezcla de sentimientos, viejos recuerdos y memoria. De amigos y amores que pasaron. De reivindicación y ternura. De la gloria que quedó. De saber que Loquillo no volverá a ser joven. Pero también el concierto se vuelve crítico, incisivo, soberbio. Agitado, directo y sincero como las letras de los poetas europeos que sigue musicando: Pavese, Brasens, Keats.

Y así, el Loquillo y sus músicos van sembrando el terreno para un final que huele a laurel. Una cosecha como pocas en este país. Por eso, se sienta en las escaleras de acceso al escenario para hacer inmenso el poema El encuentro -de nuevo de Luis Alberto de Cuenca- con una interpretación que levanta al Cervantes en un final lleno de ira y poesía. Y Loquillo desaparece del escenario. Y, cuando todo está por acabar, el tipo vuelve. Ahora lleva camisa blanca, se ha vuelto a poner la chaqueta. Sigue recto, serio, altivo, sonriente. Paciente. Ahora ya da la sensación de estar por encima del bien y del mal. Cigarro en mano izquierda y copa en la mano derecha. Con ganas de brillar y brillar. Con toda su personalidad y actitud en el escenario. Con una lentitud que se vuelve dureza por momentos, la misma que la de Billy La Roca. Por eso, cuando en su último paseo de butacas se afana en conceder un gustazo más con la magnífica Con elegancia, la gente se levanta de nuevo para aplaudir. El Cervantes entero en pie rinde entonces homenaje al músico, pero éste lo calma para regalar un último susurro en forma de canción: La tempestad. Y así, con la misma sonrisa que 120 minutos antes, desaparece sobre el escenario mientras sus músicos apuran los últimos acordes. Puro Loquillo.

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