Cultura

La Arcadia intervenida

  • El artista y profesor malagueño Óscar Pérez Ocaña presenta en su libro 'Land Art en España' una amplia mirada en clave cercana a esta tendencia estética, de la que él mismo es uno de sus principales exponentes

Que la naturaleza y el arte van de la mano y a menudo son la misma cosa es un axioma de perogrullo. Pero lo más interesante es constatar cómo, a lo largo de la historia, el hombre (llamémosle así) se ha servido del arte para mirar a la naturaleza mientras la civilización y el desarrollo urbano le han ido alejando progresivamente de ella. En el Renacimiento, el arte hacía posible el regreso a la Arcadia de la que la humana criatura había sido expulsada, especialmente después del ascenso de la burguesía. Durante el Barroco, artistas y poetas llegaron a preferir el paisaje representado en el lienzo al paisaje en sí, ya que si éste estaba abocado a la corrupción por el implacable paso del tiempo, la interpretación pictórica podía resistir el envite y aspirar a una permanencia sin duda mayor, por mucho polvo que le cayera encima. En el siglo XIX la naturaleza pasó a formar parte indisoluble de lo humano, de sus tradiciones, de sus aspiraciones, de sus bondades y perversiones, siempre como marco, a menudo como testigo mudo y hasta como mera postal lacónica. En el siglo XX y lo que va del XXI, cuando desde el brutal desarrollo tecnológico hasta la explosión de la bomba atómica pasando por el cambio climático los argumentos brindados a la naturaleza han sido más bien escasos, la mirada de las artes plásticas y fotográficas no ha sido, paradójicamente, menor. El paisaje ha seguido formando parte del juego a través de tendencias innumerables, surcadas de vasos comunicantes y que a menudo se han negado mutuamente. La más notable de ellas puede es el Land Art, que tuvo su origen en Estados Unidos pero ha gozado y goza de una singular y amplia continuidad en España. Precisamente, una panorámica rigurosa, documentada, pedagógica, reveladora y apasionante de esta expresión en clave cercana es lo que recoge el artista y profesor malagueño Óscar Pérez Ocaña en su libro Land Art en España, que acaba de publicar la editorial Rubeo y que cuenta con un prólogo a cargo del profesor de la Universidad de Málaga Juan Francisco Rueda. El próximo viernes 18, Pérez y Ocaña y Rueda presentarán la obra a las 19:30 en el Ateneo de la ciudad a a modo de bautismo.

Pocos creadores pueden escribir sobre el Land Art con la autoridad de Óscar Pérez Ocaña, una de las referencias nacionales ineludibles al respecto, que a lo largo de su trayectoria ha bordado los más diversos diálogos con la naturaleza con resultados fascinantes. De hecho, una buena muestra puede contemplarse actualmente en la sala de exposiciones del Taller Gravura (en el Pasaje Nuestra Señora de los Dolores de San Juan) con la exhibición Little Arcadia. Otras propuestas anteriores, como las presentadas en la Galería Viñas (que llevó sus obras a ARCO y Arte Lisboa en los primeros años de la década pasada) y en la feria Estampa, han dado cuenta de este poderoso vínculo, por más que la obra más significativa de Óscar Pérez en Málaga siga siendo el gran mural del hall del Palacio de Ferias y Congresos. El título Land Art en España fue en su día la tesis doctoral de su autor, y hoy está llamado a convertirse en libro de referencia. Su ambición enciclopédica es proverbial tanto en la propia definición del Land Art como en su contextualización española a través de artistas y nuevos museos al aire libre como la Dehesa Montenmedio, en Vejer de la Frontera (Cádiz).

Como explica el propio autor en su obra, el Land Art hunde sus raíces en el arte minimalista, cuyos creadores más inquietos constataron ya a mediados del siglo XX que el espacio de los museos y galerías se les quedaba pequeño. Surgió así, por tanto, la necesidad de trasladar la obra de arte a los espacios abiertos para multiplicar sus posibilidades significativas, y en una sociedad como la norteamericana de aquel tiempo, marcada a fuego por las protestas contra la guerra de Vietnam y los itinerarios hippies, ese nuevo contexto no podía ser otro que la naturaleza. Pero, aunque esta estrategia disfrazada de regreso a la madre Tierra contenía poderosas connotaciones de nostalgia y rechazo a los valores capitalistas, el artista, quizá por primera vez en la historia, participaba en este diálogo no desde una postura pasiva, como mero reproductor de los valores paisajísticos; sino desde una posición activa, interviniendo en la naturaleza, modificándola a través del arte y proyectando las propias obsesiones estéticas en lo aparentemente salvaje e inmaculado. Cuando el artista sale a pasear y despliega su mirada, el paisaje se le presenta no como un hallazgo revelado, sino como una oportunidad de acción.

Este ideario recibió la más absoluta adscripción en España de popes como Eduardo Chillida y Agustín Ibarrola, pero también de otros muchos como Jorge Barbi, Mireya Masó, Lara Almárcegui, Paloma Navares, Santiago Sierra y Perejaume, comulgantes del Land Art para mayor salud del arte. El mundo es de quien mira.

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