Cultura

Bendita guardia 'cigalera'

Hay conciertos que se salvan por el trabajo de la banda, otros por el talento de la estrella y, algunos, casi por puro milagro. Dentro del estudio la calidad de sonido y arreglos pueden rozar la perfección, pero el directo es otra cosa. El pasado martes Diego El Cigala llenó el Cervantes con su nombre. A estas alturas Lágrimas Negras es casi su apellido y con su último trabajo, Dos Lágrimas, pretende seguir la misma senda de aplausos, pero en Málaga sobre las tablas se notó ( en ocasiones demasiado) la falta de rodaje. Con cuarenta minutos de retraso sobre la hora prevista irrumpió la banda en escena para calentar motores y ofrecer, de paso, algunas pistas del buen hacer que demostrarían las dos horas restantes.

El Cigala entonó los primeros sones del bolero Si te contara, y empezaron los problemas. Incómodo sobre sus lustrosos zapatos negros, el protagonista se despachó a gusto con los técnicos del audio, mediante aspavientos y gestos de contrariedad. Al parecer no se escuchaba su voz, no parecía sentir el desgarro de la letra y, al parecer, no hubo tiempo de hacer una prueba de sonido. Como si de un ensayo general se tratara, Dieguito continuó recitando (que no cantando) Bravo, Compromiso y, al llegar a Dos cruces optó por abandonar a su público.

Salvado por la banda. A los pocos minutos el vocalista regresaba como si nada hubiera pasado para retomar un recital muy esperado por el respetable. Por fortuna, la vieja guardia cigalera tomó posiciones y brindó los mejores minutos de la velada. El soberbio piano de Calabuch, verdadero arquitecto del repertorio, regaló impecables tumbaos habaneros sobre los que Dieguito supo mecerse ya, por fin, en forma. Lástima que los rasgados solos de Diego Morao a la guitarra no se escucharan en su plenitud, y que el cajón de Sabu quedara en la retaguardia. Había mucha y buena madera el martes encima del Cervantes como para salvar muchas noches más.

Relajado en su trono, el gitano sonero se supo grande entre fandangos y soleás (asomó la cabeza la dignidad de Picasso en mis ojos) y enorme dentro de la copla reverenciada. Se agarró a la Bien pagá y María de la O acalló los ruidos. Tocaba regresar a las Antillas y El Cigala llevó a los suyos a un sólido malecón. Dos gardenias a ritmo de guagançó acabó de argumentar las ovaciones finales. Necesitó más tiempo de lo común, pero el apadrinado de Trueba se supo defender sin su Bebo, gracias al arropo de una guardia atenta a sus fluctuaciones.

Porque el culpable de tanta lágrima vendida tiene garganta para defenderse solo, carisma para llenar los huecos libres y, quizás, demasiada borrachera de éxito.

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