Crítica de Cine

De Berlín al suelo

Que un talento tan indiscutiblemente sólido como Elena Trapé haya firmado tan sólo dos películas en ocho años debería constituir per se un síntoma del momento de la industria cinematográfica española. Mientras a alguien le salta la alarma, debemos hablar de Las distancias: una obra de una sensibilidad y madurez inusitadas para una segunda cinta, después de aquella prometedora Blog que la directora presentó allá por 2010.

Cuatro amigos de la universidad deciden viajar a Berlín para visitar a un antiguo compañero por su cumpleaños y darle una sorpresa. La sencillez de la premisa es notable. Sin embargo, la trama es rápidamente catapultada por una brillantísima definición de personajes, siempre en acción. Trapé rehuye las peroratas explicativas tanto como los aspavientos, apoyándose con maestría en los silencios cómplices para mantener subterráneos los conflictos hasta el momento mismo de su explosión, especialmente en el caso de Olivia (Alexandra Jiménez).

Mientras, todo funciona en la cinta. Todo fluye hacia el inevitable proceso de desintegración de este grupo de amigos. El engranaje de la puesta en escena -tan teatral en interiores como robada por las calles de Berlín- lleva en volandas a un espectador que no puede más que reafirmarse nervioso en la sensación de que todo saldrá mal. Al presagio contribuye una sobria fotografía de neblina y grises; crepuscular incluso de día, a juego con el momento vital de los personajes. El halo de misterio que rodea a Comas (Miki Esparbé) hace el resto: como la Rebeca de Hitchcock, más presencia adquiere cuanto más permanente es la ausencia.

El cierre de Las distancias -no entraremos en detalles- vuelve a dar muestra del estilo y personalidad de la realizadora catalana. El mejor posible de los continuará. Que no pasen ocho años.

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