Cultura

Bienvenido a la máquina, o lo que sea

  • 'Symphonic of Pink Floyd', un tributo al clásico en el Teatro Cervantes

Que alguien decida ponerle a Pink Floyd un colgante sinfónico con orquesta y todo no tiene nada que objetar, entre otras cosas porque la propia banda decidió arrimarse a estas orillas en aquella maravilla iconoclasta que era Atom Heart Mother y también en algunas partes de The Wall y The Final Cut. En los últimos años, hasta el propio David Gilmour ha recurrido a Zbigniew Preisner para mantener la costumbre, así que ya me dirán. Pero Symphonic of Pink Floyd, el espectáculo marca de la misma casa que ya trajo al Cervantes el idéntico formato con los repertorios de ABBA y Queen, revisa el legado del grupo a base de la presunta fusión de rock band y orquesta sinfónica (la One World Symphonic Orchestra, en disposición casi camerística) con tal de ofrecer un espectáculo de postín y de regusto internacional, ya saben. La función de ayer en el teatro malagueño reunió a un público más bien escaso (la del miércoles estuvo algo más animada) y predominantemente maduro que sin embargo se lo pasó de lo lindo con su juguete de tres horas y así lo manifestó puesto en pie. Ya en faena, las voces de Tommy Heart (quien, por cierto, se daba a veces un distante aire a Roger Waters, lo que permitía multiplicar la ilusión), Michele McCain y Pablo Perea, y una formación que contaba entre otros con Trevor Murrell (batería), Pete Shaw (bajo), Christian Vidal (guitarra), Lolo García (saxofón) y Wili Medina (piano y teclados), dieron lo que hubo que dar para que la velada tuviera el postín que justificaba el precio de la entrada. Y por más que cosas como Symphonic of Pink Floyd certifiquen que el rock, o al menos esta manera de hacer rock, esté más muerto que el último dinosaurio, lo cierto es que musicalmente hubo momentos interesantes que, convenientemente apartada la impostura, relucieron a gusto.

Welcome to the machine abrió un desfile disperso con una escenografía que evocaba (en la medida de lo posible) las glorias visuales de Pink Floyd. The dark side of the moon articuló en gran medida la primera parte, en la que un servidor, sin embargo, agradeció especialmente la reivindicación del álbum maldito del grupo, A momentary lapse of reason (1987), con una acertada recreación del enorme hit que fue (es) Learning to fly y los envites de On the turning away y The dogs of war. Curiosamente, como demostraron Keep Talking y Marooned, la etapa que tuvo por líder a Gilmour fue la que mejor parada salió del paquete, por más que, en lo que a la banda se refiere, algunas modulaciones sonaran demasiado débiles, aunque ya se sabe que Pink Floyd es una máquina imposible de reproducir. Comfortably Numb, lo mejor del concierto, adquirió la épica justa antes del descanso y el prolongado repaso a The Wall. Sospecho que Richard Wright debió partirse de risa en el cielo. A su salud.

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