Crítica de Cine

Buen Spielberg, grandes Hanks y Rylance

el puente de los espías

Drama/Thriller, EEUU, 2015, 141 min. Dirección: Steven Spielberg. Guión: Matt Charman, Ethan Coen y Joel Coen. Intérpretes: Tom Hanks, Austin Stowell, Eve Hewson, Amy Ryan, Alan Alda y Billy Magnussen. Fotografía: Janusz Kaminski. Música: Thomas Newman. Fotografía: Doug Emmett. Cines: Málaga Nostrum, Vialia, Rosaleda, Plaza Mayor, La Verónica, Pixel, Alfil, Miramar, La Cañada, Goya, Rincón de la Victoria, Ronda, El Ingenio.

El siempre desconcertante Spielberg ha rodado películas por una u otra razón fallidas (1941, El color púrpura, Always, Hook, Las aventuras de Tintín), obras correctas pero un poco planas (El imperio del sol, Amistad), grandes películas a las que les faltaba o les sobraba algo para redondear la faena (Encuentros en la tercera fase, Inteligencia artificial, Minority Report, La terminal, Múnich, La guerra de los mundos) y unas cuantas obras maestras que han cambiado la historia del cine y se han inscrito en el imaginario colectivo (Tiburón, En busca del Arca perdida, ET, Indiana Jones y el templo maldito, Parque Jurásico, La lista de Schindler, Salvar al soldado Ryan). Y además, en su última etapa, en concreto desde 2002 y Atrápame si puedes, ha rodado obras que no entran en estas categorías, de un impecable clasicismo y una factura serena, como si fueran ejercicios de estilo de quien ya no tiene nada que demostrar y se recrea contando historias de gran interés humano en la forma en que a él le gustaría que se las contaran. A esta línea pertenecen también Caballo de batalla, Lincoln y El puente de los espías.

Esta última obra del último Spielberg, más que a Capra y a Robert Mulligan -se han citado Caballero sin espada y Matar a un ruiseñor como fuentes- me recuerda buenas y sólidas películas que me proporcionaron grandes y confortables tardes de cine en algún buen cine de barrio firmadas por George Seaton, Michael Anderson, Carol Reed, Basil Dearden o Joseph Sargent. Es cierto que el personaje del abogado que se enfrenta a todos, incluso comprometiendo a su familia, por asumir la defensa de alguien odiado por la sociedad, no porque él comparta sus ideales o crea en su inocencia sino por amor a la justicia, emparenta a esta película, sobre todo en su primera parte, con Matar a un ruiseñor. Es cierto que el personaje interpretado maravillosamente, como siempre, por Tom Hanks recuerda a los obstinados idealistas demócratas que James Stewart interpretó para Capra. Pero El puente de los espías se parece más a esas sólidas películas aparentemente poco exigentes que gratifican mientras se ven por su impecable puesta en escena y sus estupendas interpretaciones, se recuerdan con un agrado no desgastado por el paso del tiempo y se reencuentran siempre con gusto en sus pases televisivos.

En este caso tenemos dos películas en una. La primera parte es de tema judicial y la segunda de espionaje en la guerra fría. Ambas son impecables. Personalmente prefiero la primera. El guión, firmado por Matt Charman y los hermanos Coen, es un mecanismo de relojería. La interpretación de Tom Hanks -ninguna sorpresa- es eficazmente discreta, cálida, precisa. Sin lugar a dudas es uno de los más convincentes y sobrios actores de su generación. La sorpresa es Mark Rylance, grandísimo actor y director teatral inglés, autoridad mundial en sus escenificaciones e interpretaciones de Shakespeare y director durante una década del Teatro del Globo. Su interpretación del espía ruso es de una contención irónica y una hondura humana admirables. Su duelo con Hanks da a la película su grandeza.

La dirección artística de Adam Stockhausen recrea con igual precisión el Nueva York de los 50 y el Berlín Oriental de la Guerra Fría en el momento en el que se alza el muro. Desgraciadamente el gran compositor Thomas Newman no acierta en la histórica ocasión de componer esta banda sonora, segunda en la filmografía de Spielberg no compuesta por John Williams (de El color púrpura se encargó otro grande, Quincy Jones, que tampoco acertó) porque un problema de salud se lo impidió. ¿El fallo de Newman? Renunciar a su muy personal estilo para hacer de Williams.

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