Cultura

A Burton se le escapa un gran tema

Drama biográfico, EEUU, 2014, 106 min. Dirección: Tim Burton. Intérpretes: Amy Adams, Christoph Waltz, Danny Huston, Jason Schwartzman, Krysten Ritter, Terence Stamp, Heather Doerksen, Emily Fonda, Jon Polito, Steven Wiig, Emily Bruhn, David Milchard, Elisabetta Fantone, Connie Jo Sechrist, James Saito. Guión: Scott Alexander, Larry Karaszewski. Música: Danny Elfman.

Preso de su mundo, momificado con las vendas de su propio estilo y encerrado en el sarcófago de su siniestro gótico-barroco, Tim Burton es un gran director achicado por sí mismo. Desde sus dos últimas grandes películas en 1994 (Ed Wood) y 1996 (Marte ataca) hasta hoy, sólo ha rodado tres títulos que estén a la altura de su talento (Big Fish en 2003, La novia cadáver en 2005 y Frankenweenie en 2012). Todas las demás son obras fallidas parcial (Sleepy Hollow, Sweeney Todd) o totalmente (El planeta de los simios, Charlie y la fábrica de chocolate, Alicia en el país de las maravillas, Sombras tenebrosas). Tres buenos títulos en 18 años no es un buen balance. Y Big Eyes no lo mejora, aunque se apunte a las películas parcial y no totalmente fallidas; y haya que agradecerle que, por una vez, intente despojarse de la hojarasca gótica y, sobre todo, prescinda del caricato Johnny Depp.

En un encuentro necesario, porque sus retratos han influido enormemente en su universo y su vida parece uno de sus guiones, Tim Burton filma la biografía de Margaret Keane, una muy popular pintora de niños tristes con unos ojos inmensos que obtuvieron gran popularidad como postales, pósters y decoración de casas de nuevos ricos o estrellas de Hollywood en los años 60 (posteriormente, tras ser despreciados por la inteligencia, se convirtieron en objeto de coleccionismo). Eran más bien horrorosos, aunque Margaret realizó alguna obra curiosa como el retrato de Jerry Lewis vestido de arlequín rodeado por su familia. Y tan enraizados en la cultura popular que podrían situarse entre las estampas de primera comunión de Ferrándiz y la Heidi japonesa; pero, también como los dibujos de estampas o de cuentos de Ferrándiz, sus criaturas de ojos enormes tenían la virtud de representar un gusto y un imaginario popular, hincándose en la memoria sentimental de millones de estadounidenses.

En este extremo, como reivindicación emocional del despreciado arte popular industrial y reflexión sobre el lugar del arte en la sociedad de masas, es en el que la película alcanza un mayor interés y una proximidad más interesante a lo mejor del universo Burton, cuya filmografía completa juega con el kitsch que dos de sus obras mayores -Marte ataca y Ed Wood- recrean u homenajean con una sincera emoción. Desgraciadamente Burton sacrifica este asunto para centrarse en la rara vida de Margaret Keane, secuestrada emocional y artísticamente por un esposo sin escrúpulos que firmaba los cuadros haciéndolos pasar por suyos. Aunque esto vincula también el argumento al universo de los marginados tristes de Burton, el realizador no logra darle la emoción que el retrato de Ed Wood tuvo, aunque con buen criterio haya recurrido a los mismos guionistas. No siendo una película desdeñable, tampoco logra alcanzar a sus obras mayores. Tal vez por esa indecisión entre lo crítico (la pintura de Margaret chocando con el mundo del arte) y lo melodramático (el secuestro de la pintora). Problema empeorado por el desacertado tratamiento del personaje del marido, que obliga a Christoph Waltz a hacer una histriónica interpretación caricaturescamente burtoniana (en el peor y más deppmaníaco sentido del término) que choca con el exacto trabajo de una gran Amy Adams, que logra poner rostro al sueño americano de los años 50 y 60, como si se hubiera estudiado la filmografía de Doris Day y Debbie Reynolds.

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