El ejercicio memorialístico siempre está teñido de sospechas. La distinción entre memoria e imaginación es uno de los asuntos más delicados en la historia de la cultura universal. Escritores como Cesare Pavese han dedicado al tema suculentas páginas: ¿Cuánto de cuanto contamos de nosotros mismos responde a la pura verdad o, por el contrario, es adornado, exagerado, camuflado o interpretado, cuando no directamente inventado? El artista flamenco Rinus Van de Velde, nacido en Bélgica en 1983, ya se ha hecho esta pregunta a pesar de su juventud. Y la respuesta es un viaje a la autoficción, o, si quieren, a la autobiografía inventada: la manera más honesta de contarse a uno mismo. Esta respuesta cobra forma de exposición y es la primera muestra de este creador en España: una colección de once dibujos al carboncillo, de gran formato, realizados sobre lienzo y en blanco y negro, que desde ayer y hasta el próximo 31 de marzo puede verse en el CAC Málaga. Hace dos años, el director del mismo, Fernando Francés, invitó a Van de Velde a que ideara un proyecto para el centro: el artista belga visitó sus instalaciones, aceptó y creó expresamente para sus paredes las obras que ahora pueden verse. Un proyecto, en suma, que consolida la posición del CAC como catalizador del arte contemporáneo europeo no sólo más influyente, también el más vivo y despierto, el que ya escribe su historia para la posteridad con un largo camino aún por delante.

"Mis dibujos vienen de imágenes que veo en revistas, e intento habitar esas imágenes, convertirme en un personaje de la imagen, que es una especie de autobiografía ficticia", explicó ayer en Málaga el propio Van de Velde. Su proceso pasa por la traducción de formatos: suele partir de la fotografía y traslada luego esa imagen al dibujo. "Dibujo en blanco y negro porque no me siento capaz de hacerlo en color. Los colores me confunden y no puedo decidir un tono u otro de rojo o de azul. No es una cuestión de estética, sino que la forma más directa de mostrar estas memorias falsas es a través del carboncillo", apuntó el artista.

Fernando Francés señaló que esta exposición "plantea una situación sobre la identidad del artista que es una novedad, porque hasta ahora representaba la identidad a partir de imágenes de revistas, cómics o fotos que él realizaba y a veces manipulaba, pero aquí da un paso más allá con su propia imagen, y se le reconoce físicamente, pero no en las actitudes y los pensamientos".

Dentro del empeño en la autoficción, el elemento narrativo no sólo fluye a través de las once imágenes, erigidas como episodios posibles (probables) de una vida: los dibujos están acompañados por textos que para esta exposición se presentan como el título de cada obra, si bien en otras ocasiones están escritos en la pared o directamente en el dibujo. Estos títulos contextualizan y enlazan directamente con la imagen. Juntos, texto y dibujo, hablan de esa autobiografía ficticia y de creencias personales, en una introspección real. La exposición se mueve así continuamente entre la realidad y la ficción en un intento por crear confusión en torno a lo que interpreta el espectador cuando ve su obra: por un lado, se puede deducir que se trata de la vida del propio artista, o que está haciendo algo previsible, como dibujar plantas o animales; sin embargo, a menudo la explicación que da en los textos no tiene nada que ver con la interpretación potencial del espectador. El artista belga basa su trabajo en el juego entre imagen ficticia y realidad.

"Debo hacer acrobacias para este trabajo. Hago cualquier cosa con lo que me encuentro, tengo que combinar todo lo que existe conmigo", afirma Rinus Van de Velde. En su trabajo existe una representación de la creación artística como algo irrenunciable, igual que el aliento. Y la vida.