Cultura

Cuba propone, Pablo dispone

Lugar: Teatro Cervantes. Fecha: 9 de julio. Voz y guitarra: Pablo Milanés. Violín y teclado: Dagoberto González. Dirección musical: Miguel Núñez. Aforo: Lleno (unas 1.000 personas).

Después de más cuarenta años cantando su verdad, al trovador le podría apetecer sentarse al borde del camino a descansar. Entre la nostalgia y la sabiduría encontraría un recodo donde reposar su corazón maltrecho. Desde allí su voz, sosegada, podría seguir recordando por qué se le espera siempre al otro lado. Pablo Milanés no necesita demostrar que lo suyo es la herencia mejorada de la vieja trova santiaguera.

Son muchas las letras que conviven desde hace mucho tiempo en la memoria sentimental de muchos. Ajeno al empalago y los lugares comunes de un cantautor vago y previsible, el vecino de Bayamo sobrevuela etiquetas para cantar por derecho al amor encontrado, a la mujer imposible, o a la soledad de ambos. Cuando lo hace en una tarde de domingo en Málaga, el privilegio se agradece. Milanés llegó y volvió a vencer, a sabiendas de que su público ya estaba conquistado. Quizás el sabio se sintió demasiado cómodo en su merecida atalaya y el Cervantes le dejó respirar a voluntad.

Una hora y cuarto de concierto después de tantos años recitando sus mantras se queda corta. Máxime cuando el protagonista no se prodiga en regalos sonoros. Tímido y reflexivo, comenzó el recital con los nuevos temas de un disco, Proposiciones, que aún no ha visto la luz en España. El riesgo fue mínimo porque volvió a convencer con estas nuevas declaraciones de un tiempo pasado que no siempre fue mejor, y de una añoranza que siempre le inspira. Sin prisas, el trotamundos del son se detuvo ya en la memoria colectiva para comenzar a regalar algunos clásicos -no demasiados- espaciados y sin derroche.

Quizás las expectativas eran demasiadas para un hombre que vuela libre por su repertorio y que responde a lo que le apetece en cada momento. Le pidieron, cómo no, Yolanda demasiadas veces para su gusto. Serio y disciplinado con lo que había venido a contar, Milanés se hizo de rogar, y prefirió antes rescatar algunas piezas de su último trabajo discográfico, Regalo. Y tan sólo necesitó entonar un sentido Matinal para volver a recordar que él no nunca ha sido moneda común en la lírica. La amada regresó a su garganta simplemente para decirle buenos días de la mejor manera que sabe, "No quiero despertarte de tu sueño, prefiero contemplarte sin hablar… Quiero adorarte así con el silencio más hermoso" Y al cantarlo la elegía ya se sentía compartida por el millar de personas que respiraban en silencio su mismo aire.

En la senda por la fragilidad humana, el trovador se acompañó de piano, teclados y violín de con la tecnología como aliada. Demasiada electrónica para un hombre de palabra tan poderosa que sobran artificios. Aún así, se agradeció la compañía en temas como La Magdalena, esa oda a la meretriz menos común con letra de su amigo Joaquín Sabina, pero de nuevo elevada a los altares por Milanés. El maestro llevó a su terreno, el del swing, son y jazz cubano los sonetos musicados por él a petición del de Úbeda y ya nada fue igual. Así sí, pensamos unos cuantos y un sonoro aplauso bendijo sin paliativos la versión.

Pasado el ecuador, Milanés se dejó mecer por la demanda y anunció su adiós, ahora sí, con Yolanda. Eterna y siempre nueva en su voz. Repitió holgura y satisfacción con más joyas del calibre de Mírame bien, el lamento desgarrado de un enamorado que no cree ser el hombre porque su mejor tiempo pasó. Con su país en la retina, colmó la ausencia de patria entre la comunidad cubana hecha piña en el aforo. Habló de sus "hermanos", abrió los brazos y esbozó una tímida sonrisa de sentimiento compartido.

Y poco más. El músico tan sólo ofreció un bis, pese al millar de milaneros en pie que le solicitaban un viaje más largo. Con una reverencia contenida y el paso cansado, se fue por donde vino para dejar al resto saborear su estela, a solas. La ofrenda supo a poco, pero consiguió lo que quería: llenar ese breve espacio en que no estás.

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