Cultura

Días (burgueses) de verano

  • El Thyssen acoge Días de verano, un recorrido por el modo en que las playas se fueron convirtiendo en tema para los artistas, al tiempo que pasaban a ser espacios de ocio de la burguesía

MEDIA un siglo entre Voir la Mer (2011), de Sophie Calle y María en la playa de Zarauz (1910), de Joaquín Sorolla. El proyecto de la artista francesa, que pretendía recoger visualmente la primera mirada hacia el mar de 15 habitantes de Estambul -vírgenes en este aspecto-, además de su dimensión poética, plantea una pregunta de índole sociológica, teniendo en cuenta que la ciudad-puente está partida por el Bósforo donde se unen dos mares, el de Mármara y el Negro. ¿Es la azul inmensidad un coto vedado en el siglo XXI? Elena Vozmediano, en el magnífico recorrido a través del paisaje contemporáneo que realizó el pasado lunes en la Facultad de Bellas Artes, mostró el trabajo de Calle y de otros artistas que han intervenido espacios abiertos y naturales, celestiales e incluso astrales, para realizar piezas de arte conceptual y sonoro: creando espacios para "sentir el tiempo geológico", como en Roden Crater (1974) de James Turrell; o máquinas paisajísticas como The Lightning Field (1977), el campo de tormentas ideado por Walter de Maria. Que tienen algo de documental -como en el caso del Voir la Mer de Calle-, y empujan a pensar en el mar como un cofre del que muchos, aún, ignoran su contenido.

A principios del siglo XX, la burguesía disfrutaba de Zarauz y de las estancias en balnearios y playas, corrientes entre las clases altas que seguían cultivando la tradición decimonónica de los viajes de salud. Sorolla pintó al servicio de este fenómeno, al igual que los artistas de la muestra que -hasta el próximo 6 de septiembre-, expone el Museo Carmen Thyssen Málaga en el Palacio de Villalón. Días de verano es el título de un relato estacional, histórico, social y antropológico representado por el valenciano, así como por figuras nacionales (Cecilio Pla, Ignacio Pinazo, Darío de Regoyos) e internacionales (Monet, Eugène Boudin, Walt Kuhn) de la pintura. La exposición se complementa en la Sala Noble con un conjunto de fotografías que documentan la relación de las distintas capas sociales con la playa; además de dar a conocer un trozo de la historia del traje de baño y de la moda pudiente de entre 1900 y 1915.

Escenarios, En la playa, Bañistas, Retratos y Navegando conforman el periplo de la exposición, que arranca con el contexto atlántico de la costa francesa y las playas norteñas -en el caso de España-, señuelo para las campañas paisajísticas. Es aquí donde la presencia humana se funde con el horizonte marítimo impresionista, en obras como La cabaña en Trouville, marea baja (1881), de Claude Monet; mientras, en el otro extremo de la representatividad del paisaje, se observa la "instantánea" de El Sardinero (1906), de Antonio Gomar y Gomar. Entrando en materia, la incursión en la arena ofrece contrastes: los retratos familiares de Madre e hija en la playa (1885), de Ernest-Ange Duez, y Mujer y niño en la playa (1920) de Cecilio Pla. Un oleaje, en este caso de siluetas, inspira La Caleta, Málaga (1910), que ha viajado desde el precioso Museo Sorolla hasta su origen paisajístico, por así decirlo. Se suceden postales marítimas, meriendas vespertinas y melancólicas, las marinas de Ignacio Pinazo (predecesoras de Sorolla), y un Darío de Regoyos -Infancia de un rey, 1893- al que sigue quizá el cuadro más interesante de la muestra, el de Walt Khun. Bañistas en la playa (1915), con el ímpetu de su colorido plano, es de una plasticidad geométrica tal que llama la atención inmediatamente: Khun, neoyorquino en Europa, recogió este paisajismo playero cuando veraneaba en Maine. Está situado entre la maravillosa sombrilla de Lluís Masriera y Los Pichones (1957) de Picasso.

El capítulo dedicado a los bañistas recrea las luces matutinas del Levante, mientras cede al protagonismo infantil: los niños que fueron de Murillo lo son ahora de Sorolla, poeta lumínico que enternece en Pillos de playa, Valencia (1900). Cierta musculatura carnosa -la de la litografía de Cézanne (Les grandes baigneuses, 1898)- da paso a las bañistas fauvistas de Francisco Iturrino (En la piscina, 1916), y a retratos que oscilan entre la oscuridad de La dama de la sombrilla (1895-1897) de Zuloaga y el encanto de Croquis femeninos. La Yatchwoman (1903) de Pla. A bordo de un barco inexistente -el Martha McKeen que da nombre al cuadro de Edward Hopper, highlight de la muestra-, surcando el cabo Cod que tan bien conoció Sylvia Plath, termina el paseo estival. Con la brisa imaginaria y la textura característica del pintor estadounidense: una mirada que invita a soñar con esa primera vez frente al mar que nunca más volverá a producirse.

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