Crítica de Teatro cine

Disparen al compositor, si quieren

Resulta oportuna la posibilidad de ver la segunda entrega de (Des)montando musicales tras la reciente puesta de largo de Jesucristo Superstar a cargo de la misma factoría, el Nuevo Teatro Musical que impulsa Nacho Doña. Es así, habiendo comprobado lo que la compañía es capaz de hacer cuando se trata de alumbrar una gran producción, como trasluce mejor el aroma tan deliciosamente Off que destila este juguete que se han inventado Doña y los suyos con la excusa de rendir homenaje a sus musicales favoritos. No sólo porque hablemos de repartos reducidos, formatos de presupuesto ajustado y el piano del maestro como único soporte musical de la velada; más aún, el Off se encarna aquí auténtico en la noción de proximidad, en las distancias esfumadas, en la complicidad del público, en la construcción del espectáculo desde apenas cuatro mimbres mal contados para disfrute del respetable (o en la ilusión de la misma: el trabajo que hay detrás para que todo salga como es debido también queda bien patente). Al final, como en otras propuestas portátiles de Nacho Doña, lo que encontramos es un reducido grupo de artistas cantando y haciendo teatro como si jugaran; o justamente lo contrario, bajo la más directa inspiración shakespeareana. Y, claro, a poco que te metas un poco en el asunto las ganas de jugar son contagiosas. (Des)montando musicales nos devuelve la fe en el teatro como artefacto lúdico. Lo que no es precisamente poco.

En este segundo capítulo, el leit motiv es Andrew Lloyd Webber, pero a la vez el compositor ricachón es lo de menos. Más aún, abunda una intención desmitificadora, como cuando se enumeran de manera harto ilustrativa (comparando sección a sección, pentagrama a pentagrama) todas y cada una de las deudas que competen al Lloyd Webber creador con, por ejemplo, Mendelssohn, Ravel y Pink Floyd (ayer comprendí por fin por qué Roger Waters soñaba en su disco Amused to death que "Andrew Lloyd Webber toca el piano / pero cae la tapa / y aplasta sus jodidos dedos"). No, ni Lloyd Webber ni leches: lo que hay aquí es un fabuloso elenco de comediantes que cantan más que bien, poseen a pesar de su juventud un envidiable dominio del ritmo escénico, pasan de un registro a otro como quien cambia las llaves de bolsillo y se meten al público en el ídem (alguien debería proponer formalmente que Jacaranda Rey presente la gala de los Goya). Conclusión: lo hemos pasado tan bien que queremos la tercera parte. Da igual el compositor. Bravo.

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