Esmeralda 'mon amour'

Carmina Barrios vuelve a ponerse a las órdenes de su hijo, Paco León, en 'Carmina y amén'.
Carmina Barrios vuelve a ponerse a las órdenes de su hijo, Paco León, en 'Carmina y amén'.
Manuel J. Lombardo

03 de mayo 2014 - 05:00

Comedia, España, 2014, 100 min. Dirección y guión: Paco León. Fotografía: Juan González. Música: Pony Bravo, Pájaro. Intérpretes: Carmina Barrios, María León, Paco Casaus, Yolanda Ramos, Estefanía de los Santos, Mari Paz Sayago, Manolo Solo. Cines: Málaga Nostrum, Vialia, Plaza Mayor, Albéniz.

Tal vez en unos años los sociólogos estudien esta época de crisis incluyendo también entre sus consecuencias el avance de cierto populismo en la esfera de la cultura. Parece evidente que fenómenos como Ocho apellidos vascos o esta Carmina y amén exceden el ámbito estrictamente cinematográfico para convertirse en síntomas de un tiempo en el que la necesidad de evasión y entretenimiento se ve correspondida con un saqueo de viejas fórmulas patrias (la españolada, el esperpento y sucedáneos menos ilustres) que inciden en los estereotipos, la brocha gorda y el chiste zafio o escatológico como principales reclamos para una risa supuestamente liberadora o terapéutica.

Con todo, lejos de la resistencia comercial de aquella primera entrega, ahora de la mano de Mediaset y su todopoderoso y cansino aparato de promoción, Carmina y amén incide en una misma fórmula de sainete costumbrista sevillí para seguir pivotando sobre la arrolladora personalidad de Carmina Barrios con el sketch episódico como unidad narrativa (y digresiva) y a partir de la observación de un microcosmos vecinal en el que lo popular tiende a confundirse con lo barriobajero y el sentido de lo cómico con el chiste o el gag desarrollado, unas veces con mejor sentido del timing que otras.

Viendo esta película en una sala atestada de público se comprueba que la sola presencia de Carmina, antes incluso de que abra la boca o suelte una pataíta verbal de las suyas (léase un recurrente "hijodelagranputa"), se gana ya las carcajadas incondicionales del personal (sobre todo femenino), hecho que confirma que su éxito seguro nada tendrá que ver con su forma (episódica, discreta, inconstante, escénica, de interior) ni con su guión (que apenas consigue hilvanar estampas sueltas en una trama con trile dramático), y sí mucho con el reflejo en la gran pantalla de una cierta comicidad facilona tan reconocible como inerte, tan ensimismada, autocomplaciente y barroca como incapaz de trascender hacia esos apuntes sociales sobre la España de hoy (¡un loro llamado Bárcenas!) que algunos entusiastas han querido ver también en la operación.

Al lado de Carmina y su arte de matriarca de barrio, los chistes de la Esmeralda de Sevilla sí que eran verdadera materia subversiva e incendiaria, toda una proclama punk sobre nuestros tópicos, nuestras miserias y nuestra más profunda y contradictoria identidad.

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