Cultura

'Etno-folk' para paladares finos

Viene siendo costumbre que del palmarés del Festival de Berlín salgan películas de formato pequeño que se ajustan a esa etiqueta del world cinema de exportación que, desde los márgenes de la periferia de Occidente, combinan cierta sensibilidad tercermundista con las formas del cine festivalero apto para públicos selectos.

El segundo largo de Claudia Llosa incide en la mirada poética y simbólica sobre la mujer peruana a partir de la fusión del mito y la historia reciente, el folclore andino y el lenguaje acomodado del cine independiente, para alzarse como coyuntural producto étnico-culto destinado a contentar sensibilidades inquietas. Así, juega a la fábula y al realismo mágico con las herramientas narrativas de la elipsis y el fatigoso retrato naturalista de un proceso de duelo protagonizado por una joven (Magaly Solier, rostro fascinante) enferma y sin alma que lleva una patata en la vagina y que tiene a una madre muerta en la habitación de su chabola en los suburbios de Lima.

Llosa aplica su mirada oblicua, minimalista y occidental al pueblo llano, lo que convierte su filme en un, por momentos, insincero y turístico acercamiento al otro en el que pesa más el evidente intento de redención de la mala conciencia blanca que una verdadera inmersión en el perfil antropológico de sus criaturas, que en ocasiones parecen muñecas de artesanía andina movidas caprichosamente.

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