Cultura

Falacias de lo inmutable

España, 2011, 98 min. Western. Dirección: Mateo Gil. Guión: Miguel Barros. Fotografía: Juan Ruiz Achía. Música: Lucio Godoy. Intérpretes: Sam Shepard Eduardo Noriega y Stephen Rea. Cines: Albéniz, Vialia, Rosaleda, Plaza Mayor, Rincón de la Victoria.

Leo el titular "un western como los de antes" y me entran escalofríos, motivo suficiente para poner en cuarentena este nuevo intento del cine español por no parecer que lo es disfrazándose con las formas del cine ajeno y de vocación transnacional. Mateo Gil ha sido siempre el colega discreto de Amenábar, su amigo y colaborador en la sombra, el director de Nadie conoce a nadie.

Su esperado comeback, esperado sobre todo para la industria y para los que necesitan cifras de taquilla se materializa en un western más o menos ortodoxo y una historia "crepuscular" de amistad masculina, traición, recapitulación, despedida y cierre a propósito de las andanzas postreras del forajido Butch Cassidy, uno de los protagonistas de Dos hombres y un destino.

Se trata de evocar un pasado mítico y las robustas esencias del género, de demostrar que aquí también se puede, que sus códigos son, en fin, universales, transversales e intemporales y siguen funcionando entre la polución audiovisual posmoderna. Pues qué bien. Sometidos al regresivo ejercicio de ser lo que nunca fuimos, es decir, espectadores clásicos y con criterio, tenemos que ver Blackthorn con una mirada tan pura e inocente que nos resulte imposible resistirnos a su impecable factura, su espectacular fotografía paisajística, su medido guión, sus magníficas interpretaciones, su ritmo pausado y preciso y su pulso narrativo y todas esas frases hechas del mismo estilo que quedan muy bien en cualquier crítica al uso aunque realmente no digan nada de la película.

A la moda de cierto western reciente, Blackthorn se sitúa entre la historia y leyenda con más nostalgia academicista que voluntad regeneradora, y que remite al ocaso de una época que, por supuesto, siempre fue mejor. Una falacia epidérmica y autocomplaciente que Gil explota al tiempo que mimetiza las maneras de los viejos artesanos del género con tanta facilidad para la copia como poca personalidad. Por supuesto, Shepard y Rea están que se salen en sus duelos, como no podría ser ni decirse de otra forma. Actores como los de antes. Lo de Noriega y su inglés de academia es ya otro cantar.

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