Cultura

La constitución del mundo

  • Son las mujeres quienes constituyen el mundo. Y es una tarea compleja, que requiere la participación de todas las ramas del conocimiento

Manifestación del Día de la Mujer de 2020.

Manifestación del Día de la Mujer de 2020. / Marilú Báez

ESTÁ en el arte primitivo, o en el cuadro famoso de Courbet invisible durante decenios: el origen del mundo es femenino, como indica el imaginario colectivo desde la prehistoria. Pero no vamos a referirnos a eso. Porque con los cambios acelerados desde la segunda mitad del siglo XX, se ha desdibujado esa realidad: la de que las mujeres, aun cuando eran invisibles, han estado siempre ahí, marcando las pautas del rumbo del mundo. Y ahora, no sólo lo inspiran, sino que en muchos casos lo dirigen de hecho, personalmente y de manera visible, por emplear de nuevo una palabra clarificadora de la historia y la política de género.

Lo que queremos resaltar, sin embargo, es que, además de haber inspirado su marcha, y de dirigirla ahora visiblemente en múltiples facetas de la vida social, las mujeres han construido el mundo, lo han constituído, en realidad. Antes y ahora. Ni siquiera cuando estaban detrás, o más recientemente, al lado, de los hombres destacados, han dejado de constituirlos. Y la duda, que a veces se manifiesta, proviene de no saber muy bien si en ese proceso de querer, y tener derecho, a participar activamente en la dirección del mundo, perdiendo su papel tradicional e invisible, han sido conscientes de que, al haberlo hecho, se han echado encima no una, sino doble carga. La de inspirar la marcha del mundo de sus compañeros, y además la de dirigirla de hecho.

Porque en la relación de géneros, son las mujeres quienes construyen a los hombres. A veces de una manera radical, y otras más equilibrada, pero definitiva. El éxito del proceso sólo depende de la capacidad de los hombres de saber integrar ese proceso en su propia vida, una especie de constatación inteligente de la evidencia.

Las mujeres construyen el sentido, la seguridad, las decisiones y, en suma, la fortaleza psicológica masculina, imprescindibles para su puesta en escena, para su realización. Sólo es sutil esa labor porque se trata de un acuerdo no explícito en ningún contrato, porque el matrimonio, o la unión del tipo que sea, son otra cosa más superficial. Aquí estamos hablando de la profundidad de la relación entre géneros, un substrato complejo.

De esta hipótesis deriva el cambio del papel tradicional de los hombres a lo largo de la historia del patriarcado –manifestada por la nueva historia y los estudios de género-, y las inseguridades masculinas surgidas al calor de este cambio sustancial, históricamente revolucionario. En las sociedades laicas y democráticas avanzadas, ha dado lugar a un debate ya prolongado pero aún no resuelto, sobre ese nuevo papel. O los nuevos papeles que una estructura más compleja de géneros como la de estas sociedades modernas, traen consigo.

Si las mujeres son el factor constituyente de los hombres, antes y ahora, aunque ahora de esa otra forma más justa porque además no les arrebata su horizonte personal, la tarea que les queda a éstos, finalmente, sería la de iniciar un proceso de asumirlo individual y colectivamente. ¿Se ha consumado ese proceso? Más bien no. Y aún menos, a una escala planetaria. Y los casos extremos de violencia de género contra las mujeres muestran, incluso en sociedades teóricamente educadas y avanzadas, que no es así.

Tendrían que estar más presentes estos planteamientos en las familias, en las escuelas, en los colegios e institutos y en los medios de comunicación, para profundizar los esquemas educativos en una línea de igualdad en la diferencia, y en la complementariedad de géneros basada en esta. Sin miedo a esta hipótesis: son las mujeres quienes constituyen el mundo. Y es una tarea compleja, que requiere la participación de todas las ramas del conocimiento.

Reconstruir el mundo, nada más y nada menos, una tarea infinita. Sobre la base de que su origen siguen siendo las mujeres, porque esa función, además de la de perpetuarlo, es intransferible según las leyes de la propia naturaleza y las de la sociedad. Y quizá sea esa la clave, el poso existencial, que las coloca en la función constituyente de sus compañeros de vida, que no la tienen, sencillamente. Sólo cuando ese proceso avance, y se pongan las bases a escala planetaria de una amistad entre géneros que reconozca esa diferencia sustancial, podremos hablar, con verdadera propiedad, de un hombre nuevo. La clave para la utopía de un mundo nuevo también.

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