Cultura

Figuras en el espejoInstantes magnéticos

Con el subtítulo de Historias intelectuales y golfas del Café Gijón, Javier Villán trae a estas páginas un buen número de anécdotas, recuerdos y lances picarescos de aquel Madrid literario de los 60-80. Un Madrid ya novelado/inventado por Umbral en La noche que llegué al Café Gijón, y que Villán evoca con un ardid valleinclanesco: a través de los espejos del Café, los protagonistas irán tomando consistencia hasta adquirir un perfil neto, o se irá diluyendo en el olvido, como en una bruma que muerde los azogues. Se trata, en cualquier caso, de una evocación muy personal, y cuyo orden viene dictado, no por un afán de exhaustividad, sino por el libre y sinuoso cauce del recuerdo.

No parece casual, por tanto, que el poeta Javier Villán, riguroso prosista de linaje valleinclanesco, acuda a una escritura más libre, más umbraliana, para datar aquella hora de la literatura española. Si Umbral inventó el Gijón como género literario, también es cierto que su memorialismo, generoso en nombres, moduló cierta forma de prestarle al ayer la plasticidad y la urgencia de lo vivo. Y es esa literatura y ese mundo lo que Villán homenajea de modo expreso en este divertido, en este melancólico Madrid canalla que ahora glosamos. Por aquí pasan Luis Rosales, Gerardo Diego y García Nieto; por aquí asoman Rabal, Cristino de Vera, García Pavón, Raúl del Pozo, María Asquerino y Aldecoa. Por aquí medran, con desigual fortuna, Nadiuska, Juan Luis Galiardo y Alberto Closas. En todos ellos se adivina una ambición legítima y una estrella funesta o venturosa. En todos ellos hay una sociabilidad, una voracidad por conocer, por eludir, por asumir y adivinar al otro, hoy impensable. Aun así, Villán no es un nostálgico (José Luis Coll, circunspecto y avaro de sí mismo, no sale bien parado en estas páginas, recordando un lance festivo con el poeta Antonio Hernández). No obstante, vuela sobre esta breve crónica del Gijón la sombra de una camaradería extinta. Esa misma camaradería, fundamentada en el acaso, en la exigua economía de los protagonistas, donde cerilleros y celebridades se confunden.

Digamos, por último, que no es el menor mérito de estas páginas presentarnos la Transición de un modo menos lírico, más verosímil, algo más adventicio y ruin -menos heroico- de lo acostumbrado.

Javier Villán. Almuzara. Córdoba, 2014. 176 páginas. 17 euros

Adscrito a la órbita de Bloomsbury, viajero incansable y prolífico escritor que tocó todos los palos, Gerald Brenan no es sólo el gran hispanista que logró notoriedad con la publicación de El laberinto español -título fundacional del catálogo de Ruedo Ibérico, que abrió junto a The Spanish Civil War de Hugh Thomas una de sus colecciones míticas- y dedicó otros libros no menos valiosos a lo que los ingleses llaman, no sin condescendencia, las cosas de España. Poeta temprano y luego interrumpido -él mismo se definió, en el prefacio a El instante magnético (1978), su única colección de versos publicada en vida, como "un poeta ocasional" o "pospuesto" que "cuando era joven abandonó la poesía por la prosa porque necesitaba ganarse la vida"-, Brenan retomó su antigua dedicación con razonable modestia, pero con la ambición de recoger en su poesía "los momentos más elevados de su experiencia". Nunca hasta la fecha traducidos al castellano, los poemas de don Gerardo -hombre "de infinitos rostros"- nos descubren otro perfil de una personalidad por muchos motivos fascinadora.

Editor de Confluencias e hijo de Lynda Nicholson -véase el hermoso retrato de la joven amiga de Brenan en la biografía de este último que escribió Jonathan Gathorne-Hardy, El castillo interior (El Aleph)-, Carlos Pranger ya publicó hace unos meses, en una colección de Excéntricos y Heterodoxos que lleva el nombre del británico, los apasionados Diarios sobre Dora Carrington -anuncia otros sobre la Gran Guerra-, a los que se suma ahora esta interesante recopilación de su Poesía (1912-1977), ofrecida en edición felizmente bilingüe y presentada y traducida por él mismo. Orientada a dejar constancia de esos instantes magnéticos -término tomado de la física que alude a lo que ocurre cuando "las palabras entran en un estado diferente bajo la influencia del ritmo"- de la mano de las personas o los paisajes amados, la poesía de Brenan combina referentes inactuales con guiños a los padres de la modernidad -Rimbaud, Mallarmé- u otros -Wallace Stevens, Pound, este último en modo de parodia- a los que el poeta leyó con provecho. Del conjunto se desprende la impresión, apuntada por Pranger, de que la vocación última de Brenan fue la búsqueda de la belleza.

Gerald Brenan. Edición bilingüe de Carlos Pranger. Confluencias. Almería, 2014. 224 páginas. 18 euros

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