Cultura

Geografía e Historia de Juan Marsé

  • Anagrama edita 'Mientras llega la felicidad', primera biografía del autor de 'Rabos de lagartija' en la que Josep María Cuenca trabajó durante seis años

Seis años de trabajo y el concurso directo del interesado avalan Mientras llega la felicidad (Anagrama), la primera y monumental biografía de Juan Marsé; una obra necesaria sobre un escritor necesario. Seis años de trabajo minucioso indagando en su vida y su obra, hurgando en una y otra, acercando la una a la luz de la otra para que se iluminen recíprocamente. El biógrafo, Josep Maria Cuenca, ha tenido la posibilidad de contrastar los datos con el propio biografiado, además de acceso a un material íntimo facilitado por el mismo -cartas, apuntes, artículos-, que convierten este volumen en una referencia bibliográfica obligada; a partir de ahora, cuantos quieran escribir algo con un mínimo de rigor sobre el autor de El embrujo de Shanghái tendrán que consultar forzosamente estas páginas. Cuenca advierte en el prólogo que "ninguna biografía puede afirmar quién es el individuo retratado". Su intención, más modesta, no es menos ardua: "Mi intención al escribir este libro ha sido ofrecer un relato cronológicamente completo de la vida y la obra de Juan Marsé". Objetivo conseguido con creces.

Entre las muchas intimidades reveladas me ha llamado la atención una en especial. A principios de los años 60, Marsé se marchó a París durante un período. En Barcelona tenía un trabajo en un taller de joyería; en la capital francesa, no, de modo que tuvo que subsistir con ocupaciones varias, algunas absurdas, en general mal retribuidas; un precio pagado gustosamente con tal de alejarse de la grisura reinante en la España nacionalcatólica. Por entonces, Marsé había publicado una primera novela (Encerrados con un solo juguete, 1960), esperaba la salida de la segunda (Esta cara de la luna, 1962), y empezó a barruntar la tercera: Últimas tardes con Teresa. Cuando tuvo claro que estaría ambientada en Barcelona, regresó a su ciudad natal, a esa grisura que todo lo desdibujaba, porque le resultaba imposible describir ese paisaje desde lejos: "No me veía capaz de escribir en París -cuenta Marsé-. Me obsesionaban cosas como ir al Monte Carmelo y ver las calles y la ciudad desde arriba…". Esta confesión insiste en lo que ya sabíamos. Que en Marsé la Geografía es tan importante como la Historia.

Hablar del hombre exige hablar de aquella España pueblerina y asustada, de "aquel país de cabreros intratables", que dijera su buen amigo Jaime Gil de Biedma. Hablar del hombre exige hablar del aire que respiró, el de los pueblos de la Cataluña profunda de donde provenían sus padres adoptivos (Marsé fue un niño adoptado), el de los barrios que se pateó de niño, pateados luego por el lector de sus novelas, el aire de los locales nocturnos en donde, entre copas y copas, se atentaba no contra las instituciones del régimen, sino contra su moral. Tanto como las pintadas clandestinas, las manifestaciones o las huelgas a los salvapatrias franquistas le revolvía las tripas aquel grupo de gente desagradecida -Marsé, Gil de Biedma, Carlos Barral, Manuel Vázquez Montalbán- a la cual se la sudaba el dogma y la madre que lo parió. De resultas, Marsé tuvo que lidiar con la censura que no podía ver con buenos ojos novelas cáusticas como Últimas tardes con Teresa (1966), La oscura historia de la prima Montse (1970) o en concreto Si te dicen que caí, que Marsé escribió convencido, dijo luego, de que no se publicaría jamás. Poco le faltó. Si te dicen que caí salió en México en 1973; en España debió esperar hasta 1976, y la tirada inicial fue secuestrada por orden judicial y retenida hasta 1977.

Lo de escribir en tiempos de Franco provocó episodios impagables, que retratan una España desquiciada, desquiciante, como el de Carlos Robles Piquer escribiendo al ministro Manuel Fraga Iribarne y aconsejando la edición de Últimas tardes con Teresa porque "está escrita en castellano, cosa que me parece importante cuando tantos catalanes se inclinan hacia su lengua vernácula. En el aspecto propiamente regional, la novela muestra, por ausencia, la poca importancia real del catalanismo, y en este sentido también la considero constructiva". Lo curioso del caso es que Robles Piquer estaba en lo cierto. Además de los salvapatrias del franquismo más cerril, los salvapatrias del nacionalismo catalán más contumaz han tenido siempre a Marsé en el punto de mira. El catalanismo cejijunto, el que canonizó a un personaje tan siniestro como Jordi Pujol, nunca ha digerido bien sus invectivas. En La oscura historia de la prima Montse, y no sólo ahí, Marsé había hecho trizas "el mito patriótico según el cual Cataluña fue tierra de acogida de los inmigrantes procedentes del resto de España". Resulta tremendamente revelador que uno de los mejores cronistas de la sociedad catalana no sea incluido entre las glorias patrias por la intelligentsia nacionalista.

El biógrafo, apasionado lector del biografiado, no se deja cegar por ello. Josep Maria Cuenca explica cómo surgió determinada idea (y dónde y cuándo) y cómo el escritor estuvo golpeando la piedra de la que habría salir la escultura, pero no contento con ello añade comentarios críticos bien argumentados, bien ponderados, que transforman esta biografía en un ensayo de primer orden sobre Juan Marsé.

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