Crítica de Cine

Islas en el tiempo

Los acordes de Gilbert Bécaud en Nathalie nos introducen en la vida de Sergio (Tomás Cao), cubano radioaficionado y entusiasta del marxismo, al que la caída del Muro amenaza con dejar en fuera de juego filosófico.

En pleno momento de incertidumbre social y económica, dos regalos le caen -casi literalmente- del cielo: por un lado, Peter, un amigo americano, le regala un modernísimo dispositivo de radiofrecuencia. Por otro, con dicho aparato, consigue tomar contacto con un cosmonauta ruso, Serguéi, abandonado a la deriva en el espacio mientras que la situación en la URSS termina de resolverse.

El planteamiento es tan peculiar como inteligente, con tres vértices en diferentes puntos del mundo que funcionan como islas en el tiempo, unidos tan sólo por la afición a las radiofrecuencias. Tanto Sergio, como Peter o Serguéi son, de un día para el otro, víctimas del anacronismo súbito que ha propiciado la caída del Muro. Y cada uno a su manera y pese a las reticencias, han de enfrentar la nueva situación.

A tan buenos mimbres de guión, Daranas contrapone de inicio un puzzle visual algo rebuscado, con una fotografía demasiado colorida -al gusto del último Oliver Stone-, toques de Spielberg en la mezcla de géneros y una puesta en escena por momentos académica, a ratos abusiva en cenitales y tomas aéreas.

La película, que arranca coqueteando con el drama y el falso documental, encuentra su mejor tono cuando se abandona a la pura comedia. Es ahí donde despuntan las tramas familiares, las contradicciones de los personajes se disfrutan plenamente y encajan como un guante unos censores casi paródicos, tan pintorescos que diríanse inspirados en el Superagente 86. La transición es algo brusca, pero mejor reírse. Total, la Place Rouge était vide

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