Crítica de Teatro

Maceta por teatro

la flaqueza del bolchevique

Teatro Echegaray. Fecha: 31 de marzo. Dirección: Adolfo Fernández y David Álvarez. Adaptación: David Álvarez, a partir de la novela de Lorenzo Silva. Reparto: Susana Abaitua y Adolfo Fernández. Aforo: Unas 50 personas.

El protagonista de La flaqueza del bolchevique es, con perdón, un gilipollas. Él mismo se presenta al público como tal, pero esto no le hace menos gilipollas. El tipo tiene labia, suelta una verborrea aburrida sobre sí mismo todo el rato con la presunta intención de hacer gracia pero, en rigor, no dice nada. Después sucede que el gilipollas queda seducido por una menor de edad y hace lo que haría cualquier gilipollas: meterse en un lío. Sólo que en su caso, ah, el destino, el lío es más gordo que de costumbre. A los artífices del espectáculo representado ayer en el Teatro Echegaray les parecía buena idea hacer un espectáculo con este material y, bueno, de eso se trata: de la historia de un gilipollas contada por él mismo. Una amiga me permitió acuñar un término de su invención: antitío. Y sí, el protagonista de esto es un antitío de libro. De entrada, la cosa no llega a ser una obra de teatro, porque no hay aquí nada parecido al teatro (a veces, tal vez, como cuando el protagonista juega a ir en coche; lo más teatral de ayer, en todo caso, fue cuando el antitío decidió sacar un botellín de agua y dar un trago, por la bonita confusión hilada entre actor y personaje; pero no se preocupen, fue un espejismo): todo es plano, insulso, vacío, hueco, romo. Nada quema, nada arde, nada se siente. No hay una sola concesión al arte dramático: todo es impostura. El reparto resuelve bien la papeleta, pero claro, nada aquí invita a parecer seres humanos. De manera que asistir a La flaqueza del bolchevique se parece a mirar cómo crece una planta en una maceta. Cuando al final resulta que todo era una tragedia, casi porque sí, (ay, pero es que no es un mal tipo, sólo un gilipollas), uno ya sólo puede encogerse de hombros. Durante la función cabe acordarse de Lolita, pero en fin, es como acordarse de la película de Kubrick viendo la de Adrian Lyne. Más bien, La flaqueza del bolchevique es la anti-Lolita que, seguro, nadie echaba de menos.

Hasta aquí, nada que objetar. Tampoco hace falta querer contar algo para salir al escenario. La nada también es un argumento dramático. El verdadero problema de todo esto llega cuando, al parecer, hay que presuponerle a la obra cierta cualidad representativa; como que lo que aquí (no) sucede representa a la sociedad, al capitalismo, a Europa, a España, al hombre moderno fustigado por no sé qué o a la madre del cordero. Si es así, paren que me bajo. O sigan que me bajo igualmente. No hay más remedio que preguntarse qué idea del mundo tiene cierta gente.

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