Cultura

María Dávila proyecta sus 'Dramatis personae'

LA pintura de María Dávila (Málaga, 1990) seduce por lo que -de entrada- niega en unas representaciones de material positivado, fílmico y fotográfico, que alcanzan la frontera de lo familiar sin despeinarse (casi se da por hecho el carácter ficticio de los personajes que en sus cuadros aparecen, cuando la propia creadora tira del recuerdo privado). También se aleja, insistiendo en la elegancia del blanco y negro difuminado, de una pornográfica realidad -la nuestra- que es opulenta a nivel visual, puesto que la hipervisualidad manda por doquier. El Espacio Iniciarte, en el Palmeral de las Sorpresas, es la sala donde actualmente (y hasta el 27 de septiembre próximo) puede verse Dramatis personae, la última tanda de lienzos de la creadora. El espacio se ha transformado deliberadamente para albergar la muestra: de esta forma, se asemeja a una sala que oculta, felizmente, las vistas del exterior (obligando al peripatético a encerrarse aún más el discurso de la artista). Es como si acabasen de encenderse las luces después de la proyección, solamente que en este caso el pase lo conforman fotogramas nouvellevaguianos plasmados en el lienzo. La palabra espera recorre diagonalmente una exposición (desde Soliloquio al tenso Palabras incomprendidas II, ambos de 2015) en la que Dávila enseña maestría, con protagonistas embaucadoras que ocultan el rostro por medio de sombras (Masque, 2015), o miradas que eluden la del espectador (Absence II, 2015) y le suspenden en una abulia extrañamente placentera; rara vez se exponen descaradamente las fisonomías de las figuras, como ocurre en la muy potente Sin título (2015). Mémoire focaliza las manos que sostienen un libro, mientras que otra mano -la masculina de Distance, 2015- se percibe como elemento al que el título de la obra no resta ambigüedad. Mano que genera la ilusión de la imagen en movimiento en piezas como Palabras incomprendidas I (2015), en la que una leyenda sobresale por encima de los otros textos: "¡Quiero hablar, hablar, hablar!". Porque la locuacidad de la obra de Dávila está fuera de duda: sus pinturas dicen mucho más de lo que a simple vista se intuye.

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