Crítica de Clásica

Martinu bien vale una Filarmónica

De la decadencia tardorromántica de la Obertura para un Festival Académico de Brahms, ya visitada por la OFM hace cuatro años y rematada con la pompa del Gaudeamus Igitur a modo de saludo para el nuevo curso; pasando por la tristeza melancólica de los Lieder eines fahrenden Gesellen de Mahler, cuya naturaleza sentimental admite ya sin reparos una lectura continental; hasta la posición marginal y ferozmente extranjera de la Cuarta sinfonía de Martinu, el programa brindado por la Filarmónica para el primer concierto de su temporada de abono entraña un viaje a las heces de Europa, el abismo a partir del cual este invento de hegemonía frustrada pasaba a ser otra cosa en menos de un siglo. Semejante argumento encuentra en la tres piezas escogidas un correlato eficaz en las formas y muy especialmente en las texturas, idóneas para el lucimiento de una orquesta que ayer levantó el telón del Cervantes en estado de gracia.

Por más que a Brahms se lo perdonemos todo de entrada, incluso cuando se pone brillante, la interpretación de los cuatro lieder de Mahler dejó momentos significativamente elevados, merced a la ejecución esmerada y precisa del barítono Juan Antonio López y, más aún, al fecundo diálogo mantenido con la orquesta. Bajo la certeza de que el objeto amado (llámese Europa, Johanna Richter o como ustedes quieran) pasa de nosotros, el equilibrio de silencios del Die zwie blauen Augen supo a gloria. Pero la revelación de la velada fue el estreno a manos de la OFM de la Cuarta de Martinu, soberbia, bien calibrada y mejor entendida, sobre todo en los azotes stravinskianos del segundo movimiento y en los espejos impresionistas del cuarto. Su interpretación fue un festín que volvió a hablar, y cómo, de la calidad de la orquesta. Con Europa en el olvido.

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