Crítica de Cine

Melancolía inevitable

La atropellada vida personal de Robertina, una consagrada actriz de teatro recién separada, vertebra la ópera prima como directora de Valeria Bertuccelli; para esta ocasión, por si fuera poco, también guionista y protagonista absoluta.

Por desgracia, en las nuevas facetas la argentina no brilla como en la interpretación y La reina del miedo es una cinta desigual, víctima de profundos problemas de ritmo y una descafeinada puesta en escena, que lastra el interés que pudieran suscitar las contradicciones de su personaje principal. Se excede Bertuccelli en las conversaciones telefónicas, así como excesivas resultan las idas y venidas en aras de una verosimilitud, sin embargo, forzada.

Su talento interpretativo es innegable, pero en la dirección parece -como a la protagonista- apagársele la luz en demasiadas ocasiones. Una cierta ingenuidad torpedea, por ejemplo, la primera secuencia: el product placement de una empresa de seguridad provoca que una escena que iba para desasosegante apenas pueda tomarse en serio.

"Me ves a la deriva pero tan mal no estoy", puntualiza Robertina en una escapada al extranjero para visitar a un amigo, igualmente desaprovechada en su interés dramático. Y es que a las dificultades ya comentadas habría que añadir la indefinición de unos secundarios que entran y salen del metraje sin arco ni emotividad alguna, cameo de Darío Grandinetti incluído.

En otra secuencia varios operarios trasladan esforzadamente un árbol majestuoso al interior del teatro, capricho de Robertina para la escenografía, pese a los intentos disuasorios de la productora y el director. Una vez depositado el mamotreto en mitad del escenario, la protagonista toma conciencia de lo desacertado de su petición y Bertuccelli congela durante unos segundos la escena. Una profunda melancolía inunda los rostros de los personajes tras un esfuerzo tan innegable como baldío. Valga como metáfora del resto de la cinta.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios