Cultura

MetamorfosisEscenas de interior

La engañosa oposición entre la vida libresca y la vida apegada a la naturaleza es un tema demasiado trillado que se presta a la moraleja simplificadora, pero también puede ser tratado de una forma que lo eleve por encima del tópico de la ignorancia dichosa, que además no puede ser, para quienes ya saben, ideal ninguno. Más allá de lo escandaloso de su asunto, que aborda las relaciones íntimas de una mujer con el animal mencionado en el título, esta extraña y delicada novela de la canadiense Marian Engel narra la transformación -la metamorfosis- de una bibliotecaria infeliz después de dejar atrás su "gris mundo privado" para instalarse, casi completamente sola, en una isla perdida. Al cambiar el trabajo rutinario de la institución donde languidecía por el contacto con un entorno medio salvaje, Lou descubre una forma primordial de bienestar que libera su alma "gangrenada" -también su cuerpo, porque ambos son la misma cosa- de las excrecencias que la habían convertido en una reclusa.

Menos sensual que perturbadora, la novela de Engel no apela a la buena conciencia ecológica -el huerto del que se habla nunca prospera- ni contiene llamados explícitos de ninguna clase. Tampoco apuesta por un discurso ingenuo y de hecho la descripción de las condiciones duras pero estimulantes en las que se desenvolvieron los pioneros -la protagonista habita la casa que fue de uno de ellos, incongruentemente decorada- se alterna con reflexiones a propósito de Trelawny, el amigo y biógrafo de Byron y Shelley, o el beau Brummell, entre otros autores o personajes relacionados con el legado no demasiado valioso que debe catalogar. Y en todo caso el hallazgo no espera entre los libros, sino afuera, de la mano de "una enorme criatura viva, más vieja, grande y sabia que el tiempo". Poco a poco, al principio con temor y después con reverencia, la joven se acerca al inmenso animal. Nadan, retozan, bailan, el oso lame su sexo y ella goza como nunca antes. Y lo ama. "Había en él -escribe la autora- unas profundidades que Lou no podía sondear, que no podía palpar ni destruir con los dedos del intelecto". Asilvestrada, casi al borde del autismo o de la demencia, renace "limpia, sencilla y orgullosa", fuerte, pura. No es la bella la que ha humanizado a la bestia, sino a la inversa.

Marian Engel. Magdalena Palmer. Impedimenta. Madrid, 2015. 168 páginas. 20,95 euros

Algo más tarde que la condesa Von Reventlow se burlara del psicoanálisis en su El complejo de dinero (1916), el gran Italo Svevo acometía esta refutación, en cierto modo conservadora, de los hallazgos y procedimientos del doctor Freud en torno a la ínsula del inconsciente. Hay que decir, no obstante, que lo que en Reventlow fue fruto de una mordacidad frívola y espumeante, no exenta de una profunda agudeza, en Svevo se muestra con una mayor corpulencia, heredada de una primera fascinación por la técnica psicoanalítica.

No debemos olvidar, por otra parte, que El Golem de Meyrink es de 1915, y que El buscador de almas de Groddeck aparecerá cuatro años más tarde, a instancias del propio Freud. Con lo cual, el tema de la prospección anímica, facultado y habilitado por herr Sigmund, era un tema recurrente, un fascinante lugar común, en el periodo que abarca desde los primerísimos años del XX hasta la abismática cesura de 1939 (a su llegada a Nueva York, y a la vista de la estatua de la libertad, Freud declararía: "No saben que vengo a traerles la peste"). Sea como fuere, La conciencia del señor Zeno es, no sólo la irónica biografía de un buen burgués nacido en Trieste, impelido por su psicoanalista a escribir sus recuerdos. Es, principalmente, una refutación de las capacidades del psicoanálisis para indagar en los motivos últimos de la propia vida. Y ello por dos razones. Para Svevo -para el señor Zeno que firma estas páginas- el psicoanálisis no es más que una compleja y bien urdida literatura sobre la culpa. Además de lo cual, Zeno ha creído descubrir otro asunto, otra falsedad, que no se contradice, sino que se desprende de la propia técnica freudiana: los recuerdos, su evocación, rara vez remiten al hecho evocado y son una formulación actual de sucesos antiguos.

Que esto lo descubra un señor vagamente propenso al adulterio, obsesionado con el tabaco, con las mujeres, con su propia condición inane y meditabunda, no hace sino agravar el sentido irónico de la novela y el tortuoso elogio de la vida que se desprende -magistralmente- de ella.

Italo Svevo. Trad. Atilio Dabini. Ediciones Ulises. Sevilla, 2015. 446 páginas. 20 euros

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