Encuentro en la UMA

Miguel Ríos: “En la Transición la calle nunca fue de Fraga, fue nuestra”

  • El músico participó este martes en el ciclo ‘Historia, documentos y sociedad’ con la conferencia ‘La música como testimonio de la Transición’, que pronunció en el Rectorado de la UMA

Miguel Ríos (Granada, 1944), este martes, en el Rectorado de la UMA.

Miguel Ríos (Granada, 1944), este martes, en el Rectorado de la UMA. / Javier Albiñana (Málaga)

Si de hablar de La música como testimonio de la Transición se trata, el primer nombre que salta a la cabeza entre los candidatos idóneos es, inevitablemente, el de Miguel Ríos. Dicho y hecho: el cantante y compositor granadino, emblema de la historia del rock en español, pronunció este martes una conferencia con este mismo título dentro del ciclo Historia, documentos y sociedad, que organizan el Vicerrectorado de Proyectos Estratégicos de la Universidad de Málaga y el Archivo Histórico Provincial, en una sala de juntas del Rectorado que se quedó pequeña para acoger a quienes decidieron no perderse la ocasión. El artífice de Los viejos rockeros nunca mueren hiló, eso sí, la conferencia a su manera, tirando de memoria y con una autoridad aplastante, sin titubear un ápice a la hora de dar cuenta de hechos e impresiones pero con la bonhomía proverbial que le caracteriza. En diálogo con la profesora del Área de Música de la UMA y directora de Proyectos Estratégicos de la UMA, María José de la Torre; y el profesor de la misma materia en la Universidad de Córdoba Diego García Peinazo, Miguel Ríos (Granada, 1944) habló sin pelos en la lengua ante un público de edades diversas no sólo del pasado: también hincó el diente a la actualidad más cruda, servida en frío.

Ironizó para empezar sobre su condición de doctor honoris causa por las Universidades de Granada y Elche para, acto seguido, arrimar al ascua su sardina: “Acercarme a la Universidad significa admirar tanto aquello de lo que careces. Cuando después la Universidad te abre la puerta comprendes que lo hace por razones tangenciales a la misma Universidad y que tienen más que ver con la universidad de la calle. Pero, en esta ocasión, me siento con la legitimidad suficiente para hablar de la música en la Transición, porque es algo que he vivido. Y os traigo mi testimonio”. Eso sí, quienes esperaban un recital de nostalgia quedaron contrariados a la primera de cambio, ya que el músico decidió vincular música y Transición anclado en el presente a modo de declaración de intenciones: “Ahora vivimos una segunda Transición. Es uno de los momentos más importantes de nuestra historia. Tenemos la amenaza de una Reconquista pero al revés, empezando por el sur. La diferencia es que ahora tenemos la oportunidad de no comulgar con ruedas de molino. Antes hubo que hacerlo por todo lo que supuestamente nos jugábamos, porque había amenazas de golpes de Estado y porque se nos dijo que todo el mundo había asumido su parte de culpa. Ahora sabemos que es mentira, así que no hay por qué aceptarlo sin más”.

"Por influencia de los cantautores, el rock abrazó la ideología. Hasta entonces sólo había tenido estética"

Otra diferencia entre ambas transiciones es la que tiene que ver con la música: “Entonces había una música muy hegemónica, la de los cantautores. Estaban Serrat, Pi de la Serra y Raimon, cuyo concierto en la Facultad de Ciencias Políticas de Madrid en el 68 impresionó a todo el mundo. Toda esta influencia nos sirvió a los rockeros para ideologizarnos. Hasta entonces, el rock no había tenido ideología, sólo estética, lo que, eso sí, podía ser peor. Nos habíamos dedicado a mimetizar una música que venía de fuera y habíamos convertido esto en un ejercicio de libertad, muchas veces sin conocimiento. Cuando decíamos C’mon baby no sabíamos lo que decíamos, pero nos sentíamos libres. Si además decíamos light my fire, aquello ya era la hostia. No era una revolución, pero sí una transgresión”. La huella de los cantautores resultó, así, determinante en el rock: “A partir de 1970, el rock se convirtió en otra cosa. Aparecieron grupos como Leño, Topo y Asfalto, gente del extrarradio que había dejado de mimetizarse para hablar de su barrio. Y aquel fue el combustible que alimentó a la juventud en la Transición. Los jóvenes ya no estaban sólo para heredar la chaqueta de sus padres. Se sentían empoderados, protagonistas capaces”.

Tras la llegada de la democracia, los partidos no dejaron perder este potencial: “Un día me llamó Alfonso Guerra para pedirme que les dejara utilizar en el PSOE ‘esa canción que se llama Este es el tiempo del cambio’. Yo le corregí, le precisé que la canción se titulaba Año 2000. Se había enterado, aunque no del todo. Pero si hasta entonces la posibilidad de influir en la gente, de que alguien fuera por ahí silbando tus canciones, ya significaba para los rockeros el no va más, que los políticos acudieran a nosotros nos permitía respaldar determinadas convicciones. Por eso, la Transición nos permitió dejar de ser artistas del entretenimiento para ser otra cosa”. Eso sí, había que hacer frente a las sospechas que coleaban aún desde que la prensa reaccionó contra festivales como el del Circo Price del 64, cuando incluso alguien “tan presuntamente libertario” como Adolfo Marsillach escribió en ABC: “Cómo es posible que a la gente le dé por bailar twist en la calle”. Y Ríos sentencia: “Tanto entonces como en el 72 el poder quiso dejar claro hasta dónde se podía llegar. Y eso que quienes hacían rock eran hijos del régimen, los que podían comprarse un amplificador. Pero la calle nunca fue de Fraga, fue nuestra”. Hoy, todavía.

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