Cultura

Mirando de reojo con ira

Drama, Gran Bretaña, 2009, 124 min. Dirección y guión: Andrea Arnold. Fotografía: Robbie Ryan. Intérpretes: Katie Jarvis, Michael Fassbender, Kierston Wareing, Rebecca Griffiths. Cines: Alameda.

Las academias, los festivales y cierto sector de la crítica han saludo a Andrea Arnold como nueva heredera de ese trazo realista y/o social que ha distinguido al mejor cine británico desde la irrupción del Free Cinema, una tradición, para algunos una auténtica escuela, de la que han surgido cineastas de peso en los mercados internacionales como Ken Loach o Mike Leigh.

Ya en su primera película, Red Road, nacida de un encargo del danés Lars Von Trier, la escocesa Arnold, ganadora de un Oscar por su cortometraje Wasp, partía de una situación interesante -articulando la mirada de su filme a partir de la de una mujer que controla las cámaras de videovigilancia de la ciudad de Glasgow- para claudicar pronto a las necesidades y obligaciones de la dramaturgia clásica, más pendiente de atar cabos y de dar respuestas que de seguir esperando lo que de la observación pudiera revelarse con un poco de paciencia.

Esta Fish Tank premiada en Cannes parece querer invisibilizar aún más sus verdaderas estrategias y para ello se reviste de un tono realista, seco, antipsicológico y eminentemente físico para retratar las acciones, idas, venidas y el cabreo con el mundo de una solipsista joven periférica (Katie Jarvis, pura energía) que, a la manera de la Rosetta de los Dardenne, con la cámara siempre pegada a su cuerpo, se bate en un constante duelo pugilístico con su propia desorientación vital (amplificada por los conflictos con la madre y, especialmente, por la irrupción de un falso príncipe adulto) por un paisaje de barrio de edificios de hormigón, plazas duras, habitaciones pequeñas y descampados llenos de chatarra.

Si en una primera parte Fish Tank puede camelar al espectador más partidario con la apariencia cruda de sus formas, en todo caso embellecidas y estilizadas con cierto tufillo neopublicitario, pronto asoma, parece ya inevitable, ese regusto por decantarlo todo hacia la fábula con moraleja, el símbolo o la peripecia escrita que revelan, como nos recordaba Alfonso Crespo en su crítica de la película tras su paso por el Sevilla Festival de Cine, una impostura y una deslealtad en la que todo deviene pura pose estética, puro juego de estilo, para camuflar viejas estrategias.

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