Cultura

Nadie alzó el puño esta vez

Teatro Cervantes. Fecha: 1 de mayo. Músicos: Ismael Serrano (voz y guitarra), Fredi Marugán (guitarras y dirección musical), Jacob Sureda (teclados), Javier Bergia (percusión y voz), Josemi Garzón (bajo y contrabajo). Aforo: Unas mil personas (lleno).

Hace más de una década, Ismael Serrano visitó Málaga. Lo hizo con un concierto en el Parque del Oeste en un acto de IU para las elecciones municipales de 1999. Sus seguidores empezaban a ser mayoría tras la publicación de La memoria de los peces, que dos años antes, con Atrapados en azul, era aún una minoría. En esta portada lucía de cantautor: incipiente melena al viento y guitarra en mano. Música reivindicativa con temas como Papá cuéntame otra vez o Al bando vencido y otros como Vértigo le hicieron ganarse un hueco, principalmente, entre la juventud universitaria española. Y, aquel día de 1999, muchos jóvenes fueron al Parque del Oeste con el puño en alto ante un Ismael Serrano en vaqueros y camiseta.

Más de una década después (y un buen número de visitas por medio), el madrileño llegó de nuevo a Málaga. No era un acto de IU, sino el Teatro Cervantes; pero la fecha tenía su aquel: un Primero de Mayo. Y lo hacía como un señor. Pantalón de pinza, camisa y chaleco. En un escenario que simulaba una gran vivienda. Invitando al público que abarrotó el Cervantes a un viaje por su historia musical mientras presentaba su ficticio bloque de vecinos. Largos (quizá en exceso) monólogos con (a veces) divertidas historias de los jóvenes del 2º A o de la vieja mujer del cuarto servían para introducir sus grandes temas mientras, casi de puntillas, repasaba su último disco: Acuérdate de vivir. Para qué dedicarle mucho tiempo si lo único que quieren escuchar sus familiares y amigos son los clásicos de siempre, las canciones con las que se les eriza la piel.

Se empeña mucho el madrileño en decorar sus canciones. Rodeado de grandes músicos, Ismael Serrano llega a ofrecernos una curiosa versión de Canción de amor propio a ritmo salsero, así como temas de otros tiempos con demasiada pomposidad. Quizás sea por cambiar o buscar nuevos recursos, pero, como buen cantautor, suena mucho mejor con menos decoración. Lo hizo, casi al estilo Krahe, cuando se lanzó en un divertido monólogo-dueto con Javier Bergía, hasta ese momento siempre en las percusiones. Pero también cuando su inconfundible voz se unía simplemente a unos acordes de guitarra o unas cuantas notas de piano. El Amo tanto la vida final lo dejó bastante claro.

Pero hasta llegar a sus numerosos bises, hubo que esperar casi cuatro horas de concierto (ya digo, los monólogos se alargaban sin demasiado sentido). Tiempo que sirvió de catarsis para muchos de aquellos veinteañeros de 1999 que, muchas primaveras después, ya son treintañeros, tienen familia, empleo, responsabilidades, menos ilusiones y poca imaginación. El mundo paró unos momentos para recordar las horas en la cafetería de la facultad, de cruces con estelas de cometas, de caricias y piedras a las ventanas de viejos amores imposibles que hoy tienen los ojos más oscuros y más arrugas, viajes alocados impulsados por el romanticismo que hoy ni pasan por su cabeza. Aquellos primeros errores, sueños, utopías y momentos de Vértigo. Veranos, viernes y naufragios. Mensajes en móviles prehistóricos. Todo parece ahora más lejos, debieron pensar muchos de quienes llenaban el patio de butacas. O será que soy feliz, reflexionarían otros.

La fina lluvia a la salida del Cervantes sirvió para que todos despertaran y dejasen atrás revoluciones e incendios. Volvieran a lo de siempre. El compromiso de este cantautor parece ser el de siempre: Habló de Libia, Palestina, los mercados o del Indignaos de Stéphane Hessel; la gente aplaudía cuando hablaba de República. Pero se nota. No se engañen: las ganas de cambiar el mundo de aquellos veinteañeros, hoy, ya no son las mismas. Nadie alzó el puño esta vez.

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