Crítica de Cine

Números rojos, eclipse de luna

Una aglomeración de tráfico y pasos apresurados sobre las aceras con música de fondo. Noticias en la radio anuncian un eclipse de luna que enseguida comprobaremos que no es sólo literal, sino también metáforico. Una madre que desayuna junto a su hijo, una cantante que se aferra al escenario de un pub. Un telefonista que desatiende llamadas, una jubilada que se abandona a la teletienda. Apenas sobre los créditos, la cinta nos ha presentado un puzzle de personajes en rutina. Todos, iremos descubriendo, en una situación profundamente precaria. Todos luchando por sobrevivir.

A voz do silêncio -difícil acertar más con un título en estos tiempos de marketing y grandilocuencia- es una cinta difícil, áspera, no apta para impacientes. Ristum cocina a fuego lento un mosaico de personajes en declive, sin entrar a juzgar si son oprimidos, opresores o una combinación de ambas cosas. La tragedia, parece apuntar, trasciende las miserias del día a día. En estos silencios se encuentra de todo: riñas familiares, abusos de poder, mucho miedo. Y especialmente, una profunda sensación de fracaso. Más si cabe de vergüenza. Una sibilina obligación de esconder el no haber sido el mejor estudiante, la mejor madre, el emprededor de éxito.

Pese a lo que pueda deducirse, esta no es una película de perdedores. No encontrarán pasividad alguna en los personajes. En todo el metraje no cesa la batalla de Raquel, Néstor o Julieta. Todos buscan su voz. Hay decisiones, cambios de rumbo. Si A voz do silêncio es una película necesaria es justo por el optimismo con que señala que, lejos de complejos de vasallos, la solución se encuentra más en las personas que en otro magnífico producto crediticio. Que urge apagar los neones y pegar a la puerta del vecino para compartir, pongamos, la pasión por la música. O cualquier fenómeno astronómico.

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