Cultura

Paseo por las fronteras escénicas del siglo XX

Trampa para pájaros, la obra cuyo nuevo montaje se ha vestido de largo en el Festival de Teatro de Málaga de la mano de su propio autor, se estrenó por primera vez en 1990. Con este texto, José Luis Alonso de Santos entonaba su particular réquiem para el siglo XX y se fijaba en las criaturas que habían participado de manera activa en sus episodios más brutales (con una singular mirada a los verdugos) y que se mostraban incapaces de adaptarse a un sistema social que los trasladaba sin intermedios del reconocimiento a la condena. Casi veinte años después, el vallisoletano ha decidido recuperar esta pieza cuando el pequeño tramo del siglo XXI ya transcurrido ha echado por tierra buena parte de las utopías de los entusiastas del nuevo milenio y el desánimo vuelve a cundir. La primera consideración que cabe hacer al respecto apunta no sólo a la absoluta vigencia del texto, sino a la posibilidad de establecer una nueva lectura ahora que agentes como la ley de Memoria Histórica (más bien las reacciones a la misma) han demostrado que ni la transición democrática fue tan fácil ni los abusos quedaron en el olvido celestial de la reconciliación fraterna. El personaje de Mauro, un policía que en el plazo de pocos años pasa de ser recompensado por sus métodos agresivos de coacción a ser considerado un torturador sin escrúpulos, encarna ahora cierta categoría profética, como un estandarte que advierte de que los extremos de la violencia nunca se cierran del todo. De ahí que el maestro Alonso de Santos, además de haber escrito una de las obras más profundas y desgarradoras del teatro español del siglo XX, haya acertado de pleno al proponer su recuperación para nuevos ojos.

La segunda consideración afecta al propio teatro. Trampa para pájaros es hija de su tiempo, de una época en la que el mejor teatro posible era directo, alejado de los misterios escénicos, seguramente porque quienes lo hacían sentían la necesidad de enunciar sus mensajes con la mayor claridad posible. En consecuencia, la obra se contempla hoy con cierto aroma a repertorio, propio de los clásicos muy tempranos, aunque las tramas familiares y amorosas han quedado sensiblemente reforzadas, como en la apertura del espectro a interpretaciones menos políticas del mismo argumento. De cualquier forma, en Trampa para pájaros el eje sigue clavado en los actores, y aquí hay que alabar sin contemplaciones el trabajo de Juan Alberto López, soberbio y muy equilibrado, lo que resulta especialmente difícil en su papel de policía desquiciado que juega a la locura con todos los ases en la manga. Sólo la exagerada tripa juega en su contra. Y Manuel Bandera sostiene correctamente la tormenta a base de aparente fragilidad, lo que revela mucho oficio detrás. Este teatro se suda. Duele.

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