Cultura

Perdidos en el aterrador silencio de estos espacios infinitos

Ciencia ficción, EE UU, 2013, 90 min. Dirección: Alfonso Cuarón. Intérpretes: George Clooney, Sandra Bullock. Guión: Alfonso Cuarón, Jonás Cuarón. Música: Steven Price. Cines: Málaga Nostrum, Vialia, Plaza Mayor, La Verónica, Alfil, Miramar, Plaza del Mar, Rincón de la Victoria, El Ingenio.

Nada esperaba de Alfonso Cuarón. Me gustó La princesita y me hizo especial ilusión que alguien se acordara de Frances Hodgson Burnett (1849-1924), la estupenda autora de El pequeño Lord y El jardín perdido. Me ilusionó que su siguiente proyecto fuera nada menos que Grandes esperanzas, uno de los Dickens mayores. Pero me decepcionó su aggiornamento y me irritó el desperdicio de la fabulosa Anne Brancroft, que hubiera podido crear una soberbia señorita Havisham. Después vinieron la mediana Y tu mamá también y la rutinaria Harry Potter y el prisionero de Azkaban. Siguió la decepción. Hijos de los hombres mejoró sus marcas. Tenía intensidad dramática en su tratamiento de la ciencia ficción pesimista. Resultó ser un síntoma de recuperación, no una ilusión, porque Gravity supone un salto adelante tan poderoso que se convierte en su mejor película y en una de las obras de aventuras -más bien drama- espaciales más potentes vistas en muchos años.

El logro mayor es poner la técnica (asombrosa) al servicio de la dramaturgia (poderosa) interpretada por personajes humanos (creíbles). Combinar tecnología, drama y personajes no es el fuerte del cine de aventuras espaciales de estas últimas décadas. Tras Kubrick (2001: una odisea del espacio) y Tarkovski (Solaris y Stalker) -y estamos hablando de 1968, 1972 y 1979- la ciencia ficción o la aventura espacial entraron en una era que podríamos definir como de peluche o hipertecnificada: juguetes infantiloides o máquinas sin alma. Alguna excepción habrá que ahora no recuerdo. Pero pocas, eso es seguro.

Gravity, sin renunciar al espectáculo verdaderamente asombroso desde un punto de vista técnico y visual, es adulta como muestra de cine de género y como drama. Lo primero porque un género muestra su madurez trascendiendo sus propios códigos, sirviendo de armazón para contar historias no relacionadas con los límites argumentales que le son propios. Y esta película utiliza un accidente espacial y la angustiosa situación de dos astronautas perdidos en el espacio e imposibilitados de volver a la Tierra para plantear un drama humano que se hubiera podido desarrollar en cualquier época y cualquier lugar: la inmensidad del desierto o del mar, por ejemplo. Aunque el espacio añade un plus de total extrañamiento que hace aún más angustiosa la situación.

En lo que se refiere a su madurez dramática, Cuarón, basándose en un guión propio largamente trabajado, logra representar la humanidad -algunos de sus problemas, traumas, terrores o expectativas más esenciales y comunes- solo a través de estos dos personajes perdidos en el espacio. Es tentador, aunque personalmente aborrezco las interpretaciones, pensar en la angustia y el miedo de estos dos astronautas flotando en el espacio como una representación del vacío en el que tantos contemporáneos nuestros se consumen intentando encontrar los medios para volver, no a la Tierra, sino a una Tierra más habitable, más humanizada… Luchas por sobrevivir en medio de la nada, portando otra nada interior (personaje de una espléndida Sandra Bullock) o afrontándola con la sonrisa de un héroe trágico (personaje de un Clooney en su mejor interpretación, nunca más parecido a las estrellas con las que se le compara que en esta película: algo tiene de Erroll Flynn muriendo con las botas puestas o de Ronald Colman subiendo, con una sonrisa triste, los escalones que le conducen a la guillotina en Una historia en dos ciudades).

Y además -no se asusten los amantes del cine de acción- hay espectacularidad, y efectos, y un suspense que a veces corta el aliento.

Que la fotografía sea de Emmanuel Lubezki, el portentoso maestro de El Árbol de la Vida y To the Wonder de Malick, además de colaborador habitual de Cuarón, es un elemento esencial tanto en la dramatización y humanización del alarde técnico como en la creación de una rara y contradictoria sensación a la vez de claustrofobia y agorafobia que mantiene a los dos protagonistas a la vez encerrados y perdidos en una inmensidad desoladora, interminable, ahumana.

Igualmente esencial es el angustioso diseño de sonido a través del que el equipo formado por Hugo Adams, Niv Adri y Ben Barker (responsables de la igual pero inversamente angustiosa 127 horas) logra que el contraste entre el silencio de estos espacios infinitos que aterraba a Pascal y las voces o las respiraciones de los protagonistas crean una sensación tan desasosegante que recuerda -no alcanza- el uso del sonido en la colosal obra de Kubrick. Nunca lo hubiera creído, pero Cuarón ha rozado una obra maestra. El tiempo dirá si lo ha conseguido.

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