Isaac Rosa. escritor

"Quería incomodar más precisamente a los míos"

  • El autor publica 'La habitación oscura', una novela en clave generacional sobre esta época "amarga y violenta"

"No te quedes ahí, vamos, entra", le ofrece y le pide al lector Isaac Rosa en el arranque de su última novela. "Tras la cortina, la puerta: está abierta, sólo tienes que empujarla, mientras en tu espalda pesa la tela que se cierra dejando atrás la luz del pasillo". "A diferencia de mis novelas anteriores, que arrancaban de una forma mucho más racional y consciente de lo que quería hacer -explica el autor, nacido en Sevilla hace 39 años y afincado en Madrid desde hace ya muchos-, cuando escribí ésta surgió de forma mucho más intutiva, a partir de esa imagen".

Esa imagen de gran "potencial metafórico" es La habitación oscura, que además sirve para titular su nueva novela, recién editada por Seix Barral. En ese ámbito privado y tocado por la extrañeza, "donde no se ve, donde no se oye, donde un grupo de gente entra y sale", situó a una serie de personajes zarandeados por la vida de diversas maneras, y en torno a los cuales construyó el escritor su reflexión sobre "lo que nos está ocurriendo, pero desde un punto diferente, menos convencional, y con una clave generacional", explica Isaac Rosa, que mantuvo ayer en la Biblioteca Infanta Elena un encuentro con lectores dentro del ciclo Letras capitales del Centro Andaluz de las Letras.

La clave generacional es la de la suya, "la de quienes nacimos en los años 70 y hemos vivido siempre en democracia y con unas expectativas de prosperidad sin fin". "Somos nosotros quienes de forma más directa y especial hemos sufrido el golpe de lo que llaman crisis, ese desplome no tanto de condiciones de vida como de expectativas, porque tampoco es que hayamos conocido otra cosa que una vida de precariedad", dice.

Aunque no cabe esperar lloriqueo (auto)complaciente en las 250 páginas de su sensacional y amarguísima novela. El autor está de acuerdo, por ejemplo, en la impugnación del relato oficial de la Transición, hace no tanto laminado en nombre del gran consenso y del supuesto y hoy más ridículo que nunca milagro económico español. "Pero no nos damos cuenta de que la Transición tambien somos nosotros", matiza; "que eso es algo que llevamos dentro, como también está dentro de nosotros el capitalismo. No se trata de caer en discursos culpabilizadores, todo eso de hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Se trata de otra cosa: de asumir nuestra parte de la responsabilidad, porque si seguimos pensando que toda la culpa es de unos, al final esperaremos que la solución venga de esos unos, y no de nosotros. Tenemos que dejar de ser espectadores de lo que nos está ocurriendo".

La obra de Rosa, sólida y coherente de un modo no demasiado usual, se ha caracterizado siempre por "no dar la espalda a lo que hay de conflicto en nuestra sociedad", pero procurando además no acomodarse en ningún caso en la mera denuncia ni mucho menos en "los relatos simplificadores, no sólo los oficiales, sino también los críticos", relatos que (nos) asedian y aturden a diario. Sus novelas, entre ellas El vano ayer (que le valió el Premio Rómulo Gallegos) a El país del miedo o La mano invisible, son políticas, pero no se desentienden -todo lo contrario- de la densidad humana ni de las irremediables contradicciones humanas, como tampoco descuidan el cuidado formal de sus relatos, en las antípodas de la ramplonería de las (malas) novelas realistas/sociales de-toda-la-vida.

En La habitación oscura, dice, le interesaba mucho "contar el paso del tiempo". El lector pasará sólo unas horas en esa estancia, pero por quienes entran y salen de ella pasarán 15 años. "Esa habitación la montan siendo veinteañeros, por diversión, para experimentar y tener sexo poco convencional y sin consecuencias, pero poco a poco se va convirtiendo en un refugio, un lugar donde se protegen de un exterior cada vez más hostil, y de hecho acaba siendo un escondite, el sitio al que van para desaparecer por un tiempo. Empieza siendo el sitio de la risa y acaba siendo el del llanto y el grito".

Hay otros temas en la novela, no sólo el de la desintegración colectiva de algunas esperanzas comunes. Junto con el espionaje tecnológico por parte de las empresas como método para someter (más) a los trabajadores, aparece una potente reflexión sobre las protestas ciudadanas de los últimos tiempos. Con estos materiales ha escrito Rosa la que considera su novela más oscura: "Es desoladora, amarga y violenta, sí, pero eso es coherente con el momento que vivimos, porque esta época es realmente oscura, desoladora, amarga y violenta", dice.

El autor plantea en el libro, y lo hace de un modo que invita a la desazón, "si tenemos que respetar nosotros [la ciudadanía] líneas rojas que todos los demás pisotean". "Los gobernantes están rompiendo todas las reglas y rebasando todos los límites, y mientras tanto los ciudadanos, con su paciencia, con su pacifismo, siguen dando por buenas unas reglas demócraticas que en realidad nadie más respeta ya", añade. ¿Hasta dónde llegar, entonces? Ese es el debate -sin respuestas- que propone en la novela. "Y por eso es también la más oscura. Respecto a las anteriores, en ésta la lectura es menos nítida y las conclusiones están menos cerradas. He querido dejar un margen para la indefinición, para la ambigüedad incluso, instalar al lector en la duda. No me gusta el asentimiento del lector, quiero que dude y discuta. Y además quería discutir en primer lugar con los míos, con mis lectores más cómplices. Era precisamente a esos a quienes más quería incomodar. Por eso las líneas rojas las deben ponen sólo ellos, que cada uno decida hasta dónde se puede o se debe llegar con la protesta...".

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