literatura

Retrato de un mañana vacío

  • Ignacio Martínez de Pisón pone de manifiesto en la polifónica 'El día de mañana' una voluntad más intencionadamente desmitificadora que en sus libros anteriores

Con una carrera literaria justamente prestigiada, Ignacio Martínez de Pisón es uno de los mejores contadores de buenas historias que habitan el campo literario español. En esto coincide con los grandes maestros de la novela realista y a ellos le une su concepción del ejercicio literario como medio para conocer los mecanismos psicológicos que laten por debajo de las trazas visibles de la historia. A la pasión que pone Martínez de Pisón en ello y a su dominio de las técnicas que el arte de la novela puede brindarle en este afán, se suma su capacidad para dar personalidad y biografía a personajes tan sólidos y humanos como los de Carreteras secundarias, El tiempo de las mujeres o María Bonita, por recordar sólo algunas de sus mejores obras. No desmerece las calidades de esta lista El día de mañana; al contrario, creemos que esta última novela constituye un nuevo hito en la trayectoria del escritor. Frente a la epopeya familiar de su última novela, Dientes de leche -en la que las actitudes y pensamientos de los personajes eran acaso excesivamente metonímicos de su tiempo y podría achacársele un universo ligeramente naif y complacido nostálgicamente con los usos del pasado- hay aquí una voluntad mucho más intencionadamente desmitificadora, adjetivo que siempre conviene a una buena novela.

Se nos narra en El día de mañana el recorrido biográfico -casi siempre miserable- de Justo Gil a través de diversos relatadores que se cruzaron con él en distintos momentos de su vida. Cada párrafo incluye en su primera o segunda línea la identificación del informante: un pariente, un conocido, un amigo, una amante, una socia, un policía con el que colaboró, etcétera. Esta inclinación por la polifonía máxima supone uno de los aciertos más eminentes desde el punto de vista de la construcción discursiva de la novela. El lector se ve urgido a completar los distintos testimonios, a ordenar las leves alteraciones temporales y, en suma, a comprender, mediante la complementariedad de testimonios y algunas leves elipsis, al personaje en un retrato complejo y estimulante. Justo es un arribista arquetípico, individuo amoral, y sobre todo, un traidor; sus afanes de medro lo llevan a ejercer sucesivamente de avispado comercial, pequeño estafador, confidente de la policía franquista, matón ultraderechista... Pero el autor no pierde la ocasión de ampliar la mirada sobre la realidad de su tiempo mediante las disímiles biografías de los informantes, que ofrecen una visión muy completa del tardofranquismo y los primeros años de transición revelando un panorama enfermo y nada edificante. En particular, destacan las historias de algunos personajes, como el nieto de un intelectual de izquierdas; la joven Carme Román entre dickesiana y laforetiana; el policía Mateo Moreno, excelente y realista retrato del policía de la Brigada Político Social; el joven Eliseu Ruiz, luchador antifranquista caído; o el niño Noel León y su estrambótica familia de palindromistas, que, desde el ingenio -igual que la historia de los modernos Marc Jordana y Chantal y su encierro junto con otros intelectuales en la Abadía de Montserrat, desde el sarcasmo y la ironía-, supone un contrapunto a la historia de Justo.

Sobre esta mirada llena de complejidad late la necesidad de comprender los cauces por los que discurre el hundimiento moral del protagonista. Junto a la cobardía, el resentimiento y la avidez, Martínez de Pisón ha querido dejar rastros de sentimientos positivos en forma de leves atisbos de enamoramiento, amistad y compasión, que hacen más verosímil al personaje. La progresiva degradación de Justo corre paralela a la descomposición política y social que vive España en los años de la transición, reflejados sin complacencias ni trapos calientes. En un momento dado uno de los personajes explicita lo que el lector viene leyendo: "Luego, en los años ochenta, cuando los políticos viajaban por todo el mundo explicando el modelo español de transición a la democracia, yo los veía por la tele y pensaba: ¡Espero que en esos países no aprendan demasiado bien la lección, porque como tengan que aguantar lo que aguantamos aquí...!". El mismo título de la novela -que podría ponerse en paralelo con el de la novela de Isaac Rosa El vano ayer por los versos que le siguen en la poesía machadiana- presagia una malformación inducida de la sociedad española naciente a la democracia. Los años 1975-1978 son presentados no como el preludio ilusionado de un tiempo nuevo, sino como el último estadio de descomposición violenta de un régimen social corrupto. Fijándose en los sujetos que la perpetraron, el retrato de violencia y represión inducidas por el franquismo resulta, en El día de mañana, mucho más nítido y veraz que los discursos históricos al uso.

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