Cultura

Ritchie va a lo suyo

El último ex marido de Madonna regresa a la pantalla (y pronto veremos su anterior Revolver) tras el risible batacazo de Barridos por la marea, y lo hace por los mismos derroteros que lo convirtieran hace ahora diez años en la última sensación del cine británico de vocación internacional. A saber, a los prefabricados ambientes canallas del suburbio urbano, a la tipología del criminal simpático y parlanchín salido de la literatura pulp, a la estética visual del cómic y el videoclip acompasados por ritmos funky y a la escritura hipervitaminada y caprichosa capaz de convertir el azar y las casualidades en puro oficio de demiurgo juguetón.

Así las cosas, RocknRolla bien pudiera ser la continuación natural de Lock & Stock o Snatch, cerdos y diamantes, por más que el tiempo haya serenado un poco las maneras del Ritchie director, ahora más contenido con la cámara y el montaje, y haya pulido algunos excesos en favor de una mirada satírica que no quiere perder de vista ciertos apuntes sociales, como ocurre aquí con el asunto de la corrupción política y el negocio inmobiliario en manos de concejales, mafiosos, millonarios rusos y abogados respetables.

Una vez más, Ritchie se hace fuerte en el retrato coral de personajes a velocidad de crucero para llevarnos de uno a otro hasta completar el dibujo de un submundo siempre regido por los caprichos de su pluma gamberra, cargada de mala leche, humor negro y un buen oído para las réplicas fulminantes de corte clásico -luego repetidas por las seguidores de sus filmes-.

Aun así, todo en RocknRolla desprende una fatigosa sensación a déjà vu, a más de lo mismo, a divertimento hueco, autocomplaciente e insustancial, por más que Tom Wilkinson nos regale un gran malo de tebeo o que Gerard -"esto es… ¡Esparta!"- Butler se ría de su condición de machote con un furtivo devaneo homosexual.

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