Elvira Lindo. Escritora

"Siempre he tenido muchas dudas sobre lo que hacía"

  • Su último título, 'Noches sin dormir', recoge sus impresiones antes de dejar Nueva York, ciudad en la que ha vivido durante 11 años.

Los rascacielos de la gran Nueva York se levantan sobre una mole de granito. Su dureza parece asomar tras las luces de la primera impresión, en sus inviernos de Cuaternario, en los homeless de mente ida, en la absoluta maestría que pueden llegar a desarrollar los neoyorquinos, cuenta la escritora Elvira Lindo, a la hora de ignorar a otro ser humano. Noches sin dormir. Último invierno en Nueva York (Seix Barral) registra el abismo entre ese Nueva York de mitología y el del la cotidianidad, pero también resulta un acercamiento a la vulnerabilidad, al desarraigo, a la conciencia de lo hermoso y frágil. Algo que recogen tanto los textos como las numerosas fotografías que se incluyen en el título.

-Da la sensación de que Nueva York ofrece un mayor contraste entre iconografía y realidad que el que pueda darse en otros lugares...

-Probablemente, pues es una ciudad que despierta muchas fantasías. Antes de llegar, uno ya tiene en la cabeza muchas imágenes que son ciertas y se han visto en el cine o que les ha provocado la música o la literatura. Vivimos la cultura americana desde niños y es inevitable que tengamos cierto conocimiento de la ciudad que viene de la fotografía y el cine, aunque luego la presencia de las cosas es muy distinta. Pienso que en un primer momento, Nueva York se presenta tal y como imaginábamos que es, y es en la vida cotidiana cuando te ofrece su cara verdadera. No quiero que parezca una ciudad donde todo es vacío, porque es positiva y enriquecedora. Pero sí, hay algo más que las imágenes poderosas antes de visitarlo o de una primera visita.

-En una década de vida uno termina haciendo suyo un sitio, como demuestra 'Lugares que no quiero compartir con nadie'. Pero también comenta que, en este tiempo, no hubo sensación de auténtico arraigo.

-El neoyorquino siempre lleva su mochila y su origen. Es una ciudad que puede hacer compatible el tratar de integrarte sin abrirte del todo, que es algo muy americano, así como hablar de los orígenes de uno, aunque se remonten a los abuelos. Nosotros no nos lo explicamos, pero es cierto que vas allí, y convives con ellos, y puedes distinguir los acentos, por ejemplo, y compruebas que es verdad. Y a la gente le gusta conservar ese origen. Yo pude integrarme, pero también tuve muy claro que no iba a quedarme allí, aunque terminé pasando once años. Es, también, una ciudad en la que uno va sintiendo el cansancio.

-'Noches sin dormir' es un libro que se hace franco. Da enseguida en la línea de flotación a través, primero, de la sensación de desamparo. ¿Nació con vocación de publicarse?

-No, en un principio era algo relacionado con las fotografías. Iba haciéndolas y, en cada pie de foto, me inventaba una especie de historia que compartía. Luego pensé en hacer un diario para ciertas personas. Fue mi editora la que me animó y la que me dijo que podíamos hacer algo con ese material. Respecto a las fotos, mi intención no ha sido otra que hacer que el lector pasee conmigo: Nueva York es una ciudad tan fotogénica que no podía contarla con palabras, aunque tuviera poca pericia con la cámara. Hay momentos en los que no puedes describir, no es suficiente. Todas las imágenes que aparecen son muy poderosas, muy raras.

-A lo largo del libro, insiste en más de una ocasión en que ya no quiere escribir de forma profesional. "Hace falta constancia, ambición, y la exposición es demasiada". ¿Aún piensa así?

-Sí, eso pienso muchas veces. Siempre he tenido muchas dudas con respecto a lo que me dedicaba, a lo que hacía. Me pregunto si no podría hacer algo más tranquilo, porque estar siempre volcado al exterior provoca mucho estrés. Curiosamente, he trabajado para el público desde los 19 años, en la radio y como guionista después. Pero aún me digo que tal vez haya otra cosa que vaya más conmigo, que puedo decidir no exponerme, que nadie me obliga a nada. Me alivia sentir poder hacer eso. El lujo es poder elegir hacer cosas más pequeñas, con menos repercusión. Yo no puedo evitar haber hecho cosas populares. En mi caso, al contrario de lo que les sucede a muchos, nunca pensé algo así, nunca busqué una fórmula. Es una pura contradicción. En el oficio de escribir a veces se siente mucho cansancio. Es una carrera de fondo, de mucha resistencia.

-¿Qué echa de menos de los días neoyorquinos?

-Pues el haber probado cierta libertad. Una libertad que está hecha de falta de prejuicios, de gente diferente, que son los que terminan haciendo de esa ciudad el símbolo mismo de la tolerancia. Puedes inventarte a ti mismo, salir disfrazado.

-Curiosamente, es una actitud que contrasta mucho con la personalidad española, si es que hay alguna, tan hidalga.

-En el fondo, somos muy formales: aunque vayas vestido informal, hay un código que respetas y no te sales de la norma. Nadie abandona su uniforme. En ese aspecto, los americanos se hacen más flexibles, al mismo tiempo que también pueden ser muy fieles a su religión o sus tradiciones. Por otro lado, nosotros somos un país mucho más grupal, tendemos más a la compañía y claro, también a estar fiscalizando todo el tiempo. Yo tuve la suerte de arreglármelas para arroparme y sentirme protegida, porque soy de aquí, pero también de disfrutar mi libertad a tope. Por eso las becas de intercambio, por ejemplo, son muy educativas. Desde luego, vas a volver mucho más creativo y más libre.

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