Cultura

Tiempo de crueldad

  • La dictadura se ensañó con 'Tiempo de silencio' de Luis Martín Santos, que Vicente Aranda adaptó tibiamente para la pantalla

En su ensayo La ética de la crueldad (Premio Anagrama), José Ovejero fragua un oxímoron aparente: la crueldad ética; o sea, "aquella que en lugar de adaptarse a las expectativas del lector las desengaña y al mismo tiempo lo confronta con ellas". Para Ovejero, ciertas representaciones de la sevicia, en vez de satisfacer el bajo instinto, cumplen una función cuasi formativa. Libros crueles, pues, serían "aquellos que niegan la sumisión a la banal dictadura del entretenimiento, aquellos que nos obligan a cambiar, si no de vida, al menos de postura". En La ética de la crueldad se abordan varias de esas obras inclementes de la literatura del siglo XX; entre ellas, El astillero (1961) de Juan Carlos Onetti, Meridiano de sangre (1985) de Cormac McCarthy o Tiempo de silencio (1962) de Luis Martín-Santos, una de las mejores novelas escritas durante la dictadura franquista, contra la dictadura franquista, que este año cumple su cincuentenario. La censura se ensañó en ella -cruelmente, sí- eliminando varios pasajes, restituidos por Seix Barral en la edición de 1965, que incluía otros cortes distintos. Hasta 1980 no tuvimos una versión íntegra de la misma.

Según confesión propia, Vicente Aranda pensó en su adaptación ya entonces, a principios de los 60, cuando preparaba su debut, atraído seguramente por sus fuertes contrastes. La novela "no se limita a desmontar los mitos de la derecha cuasi fascista que se encuentra en el poder -la España gloriosa, el heroísmo de la raza- sino que también se lanza a terreno más resbaladizo -escribe Ovejero-: Tiempo de silencio propone el abandono de los tópicos del frentepopulismo al renegar de una novelística en la que se santifica al pueblo o la revolución". No habría sido mala manera de debutar, desde luego, pero no fue posible. El cineasta alegó problemas presupuestarios: "Era un proyecto caro y no encontré los medios", dijo. No obstante, no nos engañemos, de haber ido adelante la propuesta, la pecunia habría sido peccata minuta en comparación a la labor de sustracción que habría debido acometerse para adecuar la historia a patrones no punibles. Recuérdese: la censura franquista actuó con mayor virulencia en ámbito cinematográfico, pues las películas llegan a mas gente.

De haber conseguido capear los temporales económicos o censores, me temo, la obra resultante no habría sido mejor que la estrenada finalmente en 1986; permítanme algunas conjeturas. La novela es un complejo artefacto lingüístico-narrativo, que bebe de las fuentes del Ulises de James Joyce, y una crónica de la posguerra, que come de las manos de Valle-Inclán. Al protagonista, un médico, lo llaman una noche para atender a una joven. A esta chica, embarazada de su padre, el Muecas, le han practicado un aborto chapucero y, pese a sus esfuerzos, muere desangrada. Este acto de piedad le costará caro. Los papeles se trastocan y el médico pasa de benefactor a verdugo, en un periplo que lo lleva de los barrios de chabolas a las casas adinerada de una España homogénea en su sordidez e ignorancia... Pues bien, de haberla rodado entonces, a la luz de sus primeros filmes -ahí está la esforzada pero plúmbea Fata Morgana (1965)-, Aranda se habría arrimado a Joyce antes que a Valle-Inclán, indudablemente. Un cuarto de siglo después, en vez de violentar las convenciones narrativas, al cineasta le interesaba hacer un retrato "cruel" de un tiempo desalmado. El espectador, creo, salió ganando.

Luis Martín-Santos concibió su historia desde presupuestos radicalmente literarios. Llevarla a la pantalla no era un empeño fácil; se trataba de despojarla de uno de sus rasgos distintivos (su osadía verbal) y evitar que, como la paciente del médico, la trama se desangrara, y esto se consiguió acentuando el elemento valleinclanesco. Vicente Aranda, asiduo visitador de textos ajenos, ha conseguido alguna vez la proeza de mejorar el original literario -por ejemplo, adecentó la meliflua novela de Antonio Gala, La pasión turca-; sin embargo, según señaló José Luis Guarner en el momento de su estreno, a pesar de haber servido el libro "lealmente, con escrupulosidad maniática, sin contentarse con ilustrarlo", Tiempo de silencio (1986) se queda muy por debajo del original. Lo plantearemos en estos términos: la película es estimable; la novela, insustituible.

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