Crítica de Teatro

Vacaciones con pulsera

Música hawaiana, los pantanos de Franco, una urna de plástico, una cruz de luz eléctrica y tres militares perdidos en un limbo de maderas y alambres. Una mezcla de ingredientes que preparan al espectador para un viaje a través del doloroso absurdo de nuestra historia nacional. El gran crucero plantea una reflexión en clave no-realista que juega de manera magistral en el reino de la metáfora y la poética de su planteamiento. Un destacamento a la deriva, obsesionado con una misión que no termina pero incentivado por el gran sueño: el merecido retiro de vacaciones con pulsera. Alférez, teniente y brigada se convierten en un fiel reflejo de una sociedad polarizada, manipulada, vendida y comprada, que firmó ilusionada sin leer la letra pequeña.

David Mena escribe y dirige una obra necesaria que desviste la falacia de la democracia a golpe de impulsos beckettianos, donde los espectadores se convierten en pasajeros de pleno derecho con su propia tarjeta de embarque. Con una puesta en escena elemental, el verdadero ejercicio de fuerza está en el trabajo de sus tres protagonistas. Se entregan en cuerpo y alma Noe Lifona, José Luis Guerrero y Gari Lariz, este último con un potente arco dramático en el que aquellos a los que la realidad nos duele no podemos evitar vernos reflejados.

Si algo destaca es una dramaturgia potente, cuajada de imágenes y un sistema de símbolos tan interesante que en ocasiones reclama tiempo de juego para que pueda visualizarse la profundidad de lo que flota en el aire. Porque el ritmo de la propuesta no tiene descanso y la intensidad es tanta (en ocasiones tantísima) que la atención es plena, pero la emoción no termina de llegar, aunque tampoco se la echa mucho de menos. Una apuesta de teatro de investigación imprescindible que nos apunta directamente a la sien, aunque sea con un mando a distancia.

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