Cultura

El artista como crítico y catalizador social

  • Buen conocedor del legado de Duchamp y de la obra de Warhol y también de la represión política en su país, el chino Ai Weiwei es sobre todo un agitador preocupado por la tradición

Ai Weiwei vivió muy pronto la represión política; su padre, el poeta Ai Qing, fue denunciado dentro de la oleada Contra los Derechistas, promovida por Mao Zedong apenas acabada la campaña de las Cien Flores, y la familia marchó a un campo de trabajo. Weiwei pasaría allí su infancia. Sólo en 1975 -contaba entonces 18 años- volvería a Pekín. Allí ingresó en la Academia de Cine y pronto formó parte de un grupo de artistas jóvenes, disuelto en 1983 por el gobierno. Dos años antes Weiwei había marchado a Nueva York. Conocería allí de cerca el arte contemporáneo, sobre todo el legado de Duchamp y la obra de Warhol. Importa subrayarlo porque, como artista, Weiwei es sobre todo un agitador y crítico de la cultura y la sociedad. Quizá por ello vuelve a China en 1993. Trabajó entonces como arquitecto, además de diseñar y promover exposiciones (hasta que su estudio fue clausurado y destruido por el Estado), pero sus mayores esfuerzos se invirtieron en indagar y estudiar la tradición cultural china.

Esta inquietud es uno de los polos de esta exposición. Se comprueba en el refectorio, donde puede verse un ordenado rectángulo formado por 96 vasijas. En cada una de ellas aparece la imagen de una antigua leyenda china. La figura recuerda a las que aparecían en las porcelanas de la fábrica Pickman. Pero en estas vasijas el motivo pintado se desvanece poco a poco hasta desaparecer. Es la intención de este trabajo que reproduce una porcelana Yuan, que se remonta al siglo XIV y alcanzó un elevado precio en subasta celebrada el año 2005. Por eso Weiwei cambia el color de la pieza original y hace desaparecer la figura: la antigua porcelana, más que un jalón de la cultura china, es, tras la subasta, mercancía que pierde sus raíces en la tradición.

La experiencia no nos es ajena. Las arquerías del castillo de Vélez Blanco conforman un patio del Metropolitan Museum de Nueva York y las tallas de madera que guardaba el palacio forman parte de los fondos del Louvre. Pero la tradición cultural no sólo sufre el expolio del mercado: también padece la manipulación del Estado que la exhibe aunque no la conozca ni se interese por ella. También sabemos de esto en España. Weiwei afronta esa doble degradación de la tradición desde el discurso de la falsificación: la codicia del mercado y el afán propagandístico del Estado adulteran la tradición y la falsean, pero incluso fomentan, lo quieran o no, la falsificación material. Esa es la base de otras dos obras expuestas, las vasijas neolíticas (¿auténticas?) que Weiwei mancha más que pinta con pigmentos industriales y las fotografías en las que arroja al suelo una presunta vasija Yuan. Un gesto de denuncia que muestra la imposibilidad de discernir la autenticidad de los objetos de la tradición cuando se apoderan de ellos el interés de los traficantes de antigüedades y los afanes del Estado que busca legitimar con ellos su autoritarismo.

Otras piezas intentan recuperar la tradición perdida. Así los trabajos expuestos en la sacristía, entre ellos la réplica monumental de una antigua ánfora convertida en elemento arquitectónico. En el mismo sentido, el gran poliedro de caras pentagonales y hexagonales (reproduce una de las figuras hechas por Da Vinci para un libro de Luca Pacioli, De Divina Proportione) que puede verse en la Capilla de Afuera y que construyó en madera sin tornillos ni remaches, según las delicadas maneras de los artesanos de la dinastía Ming. Más densas en significado son las pipas de girasol de las que cinco toneladas se han depositado en la Capilla de Colón. La elección de la planta es intencionada: vuelta siempre hacia el sol, evoca a un Estado que impuso como astro rey a un hombre, Mao Zedong. Pero hay algo más: las semillas se hicieron y pintaron a a mano por 1.600 artesanos de una zona de China donde mejor se conserva el oficio.

Aquí aparece, pues, el artista agitador y fermento cultural que se manfiesta sobre todo en las diversas filmaciones que incluye la muestra: fotografías y textos de su blog -conservados tras su destrucción por el gobierno chino-, el informe detallado de cómo se hicieron las semillas de girasol y la narración de la obra que ofreció a la XII Documenta de Kassel. El proyecto, que llegó a relizarse, consistía en el viaje de mil y un ciudadanos chinos a la ciudad alemana, donde los alojaron durante una semana y pudieron visitar las diversas exposiciones de arte contemporáneo.

Estas palabras y gestos del artista contextualizan adecuadamente la obra más espectacular de la muestra, Descending Light: la enorme lámpara, análoga a las de las reuniones del Comité Central del Partido Comunista Chino, yace, no sin ironía, en el suelo del antiguo templo cartujo.

Ai Weiwei. Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (Avda. Amárico Vespuccio, 2, isla de la Cartuja), Sevilla. Hasta el 23 de junio

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